SINFONÍA SENSORIAL
Ella lo espera recostada en el lecho. Las oscuras transparencias que la visten delinean nítidamente las curvas de su cuerpo y sus medusos cabellos enmarcan la delicada expresión de su rostro, apenas iluminado por llamas celestinas que regalan las velas de un candelabro antiguo. Sus labios, rojo fulgor, quedan suspendidos en una sonrisa y su mirada gatuna se pasea entre el sentimiento y el deseo. En el tunelesco umbral de la puerta él la observa durante unos segundos, deleitándose con la belleza de sus formas, que lo envuelven en el torbellino caprichoso de sus sentidos y lo hipnotizan en medio de los humeantes hilos de vainilla que vuelan a través del dormitorio. Extasiado camina hacia el lecho. Se despoja de su ropa para dejar al descubierto su cuerpo moreno, ardiente y anhelante de caricias. Desde un rincón, los acordes de una melodía árabe sellan el encuentro. Se abrazan, se miran con dulzura y sonriendo unen sus labios en un beso tan intenso como sol estival y tan delicado como brisa otoñal. Lento es el viaje que inician por sus cuerpos; manos sedientas buscan la suavidad de la piel y la plenitud de los años de entrega. Respiraciones que se agitan en el deseo, labios que saborean las texturas de ambos. Ojos cerrados para sentir, ojos abiertos para mirar y sin decir una palabra continúan el camino hacia un cielo desconocido. Unidos se mecen sobre las olas del placer, en un vaivén que aumenta en la pasión de la entrega mutua de dos seres que se aman, quizás desde alguna vida remota perdida en el tiempo y la distancia. Entonces, llega el huracán. Ella, se mueve salvaje en el deseo y en cada segundo le va entregando la ternura indescriptible de su corazón. El, inmerso en el ardiente paisaje interior de ella, cabalga poseído y sin tregua, sintiendo que su alma y su cuerpo se queman en la pasión y se regocijan en el amor. Son uno solo, amalgamados, dos seres que bailan su íntima danza. Cómplices y compañeros en un viaje sin igual que se acelera más y más a cada instante hasta llegar a la planicie del éxtasis y dejarse caer allí, después del último gemido que los hace alcanzar la gloria incandescente del deleite carnal. Abrazados y exhaustos, los latidos de sus corazones se calman lentamente en las caricias y juntos descansan en su experiencia y en la cálida solidez de su amor. El candelabro los alumbra tímido y los hilos de vainilla aún danzan al compás de la suave melodía árabe, mientras ellos duermen profundamente... infinitos... amantes, amigos...marido y mujer.
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