NUNCA SE PIERDE LA ESPERANZA

Un día quise atrapar un rayo de sol y gotas de agua para llevarlos a la tierra de las tinieblas y a los áridos desiertos. Pero por más que caminaba y buscaba, no pude lograrlos.
Entonces le pedí al río, para que sus aguas me llevasen al poniente, lugar en donde descansaba el sol después de su diario trajín. Al llegar , vi, que sus dorados y luminosos rayos ya no se hallaban, tan sólo el sol estaba bañado de rojo y se disponía a dormir.
Tomé con mis manos un pedacito de su corona, y al abrirlas noté un mar de sangre roja. Corrí hacia el río y al sumergirlas en sus aguas, éstas se tiñeron de colorado. Entonces, me susurraron: “Te llevaremos al naciente, en donde el sol por las mañanas se despierta en toda su luminosidad”; al llegar vimos como él, despacito lavaba su cara, en nubes llenas de agua cristalina, para luego comenzar su diario viaje.
Mi esperanza ahora sí cobró vida, y quise arrancar un rayito que apenas asomaba. Pero tampoco lo logré; se me escapaba de las manos para ascender al cielo y volar hasta el Zénit.
Me quedé otra vez con las manos vacías, y aún así no perdía la esperanza...
Entonces le pedí al viento me acercase a él, y un torbellino me levantó y por fin llegué. El astro Sol, después de oír mi petición, me regaló uno de sus rayos; el viento me depositó nuevamente sobre la tierra, y ahora sí al abrir mis manos, vi toda la luminosidad del sol en ellas.


Comencé a caminar, y llegué a la tierra de eternas tinieblas y al abrir mis manos solté al rayo de la esperanza.
Luego junté las gotas de agua y al entrar en los áridos desiertos, las desparramé sobre sus grietas, ardientes de sed...
Después, satisfecha, di por terminada mi labor.
Y desde el cielo, las juguetonas nubes, me guiñaban sus ojos, de verde intenso y dorado luminosos, sobre un horizonte azul, anunciando un nuevo porvenir para esta Tierra querida, que es nuestra, y en donde la esperanza perdura aún a través del tiempo.