Una violenta sacudida arrebató a Tonatiuh del pesado letargo en el que se encontraba. Hacía ya dos días que viajaba (de noche, siempre de noche) en ese camión de carga. Encerrados en atestadas jaulas de madera competía con sus compañeros por un espacio libre y algo de aire fresco, por primera vez desde su captura tuvo ánimo suficiente para hacer un recuento de los hechos.
Recordó cómo ese día, estando con su familia se quejaba de su monótona existencia, siempre pegado a la familia, siempre en la misma tierra, él no quería terminar como sus padres lleno de hijos y sin conocer el mundo.
Recordó cómo en un instante cambió su vida, recordó las recias manos que lo sujetaron arrancándolo del seno familiar. Recordó cómo sus captores arrasaron con su comunidad, cómo se llevaron solamente a los jóvenes, dejando a los chicos y a los viejos.
En su mente y en su cuerpo quedaron las marcas del maltrato recibido. Ahora, aprendida la rutina del viaje, esperaba el amanecer para descansar; sin embargo, el tan anhelado descanso no llegó ese día, por la madrugada llegaron a una gran bodega donde otras manos lo sujetaron, manipularon y clasificaron como si fuera mercancía, para encerrarlos nuevamente en jaulas de madera y enviarlos a un incierto destino.
Nuevamente de viaje, ahora viajaban al norte en un camión refrigerado. El intenso frío causó que Tonatiuh cayera en un profundo sueño. Despertó sobresaltado, sin tener conciencia del tiempo transcurrido, se encontró en un pequeño local donde descubrió a los otros, de diferentes razas, en su misma situación.
En este local, un anciano, lucraba con la desgracia de los cautivos. El dinero cambiaba de manos y personas de todo tipo, edad y condición económica seleccionaba a sus víctimas en un insano comercio.
Tonatiuh trató de pasar desapercibido, buscando ocultarse entre sus congéneres para no ser seleccionado.
Tras de él una cansada voz le dijo “No luches contra tu destino, es mejor salir de aquí. Al menos queda la esperanza”, haciendo un esfuerzo Tonatiuh logró identificar el origen de la voz, un ser de cuerpo marchito, quien continuó en su dicho “Yo estoy desde hace tiempo en este lugar, los he visto llegar, los he visto partir, y debes creerme, quedarse en este lugar es morir todos los días. Me lastimé en el viaje y nadie me selecciona. En este lugar veré el fin de mis días”.
Apenas terminó de hablar su compañero, cuando una mujer joven de cabello corto, se acercó a ellos y señalando con la mano hizo saber al anciano dependiente su selección.
La chica del cabello corto lo llevó a su casa y siguiendo algún tipo de ritual, lo lavó y secó delicadamente su cuerpo con un paño de algodón, lo dejó reposar en una mesa de piedra y se retiró a una habitación al fondo del lugar.
Poco tiempo después ella volvió vestida totalmente de blanco, tomó un largo cuchillo con empuñadura de madera, y metódicamente lo afiló contra una piedra de amolar.
En ese momento Tonatiuh comprendió que su tiempo en este mundo estaba por terminar, comprendió, que jamás volvería a ver a sus padres, que jamás echaría raíces, que no tendría descendencia, que nunca volvería a hacer conexión con la madre tierra, y resignado aceptó lo inevitable.
La chica del cabello corto al momento de cortar su carne con el filoso cuchillo, susurrando le dijo “No te sientas mal, es tu destino y tienes que enfrentarlo, todos tenemos una tarea que realizar en la vida y tú estas cumpliendo la tuya” y lentamente, casi con ternura destazó su cuerpo ya sin vida.
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