Estaba cansado, las horas se alargaban demasiado, impaciente, seguía inmóvil en mi silla frente a esa cosa negra. Mi mano derecha sostenía débilmente ese aparatito mágico, la otra descansaba tranquilamente a mi lado. Percibía un extraño olor, dulce y nauseabundo. Mis ojos seguían clavados en un punto fijo, mi nariz poco a poco se me cerraba, salino era el sudor que cubría mi cuerpo entero, frío hasta en los huesos y pesados mis pulmones. Esperaba con excesiva ansiedad el momento en el que se abriera la puerta, esa tan añorada puerta.
Los recuerdos de mi infancia recurrían súbitamente mi mente, algo se acercaba, otra vez .
Se dirigía hacia mi, a una velocidad increíble, nunca lo había visto así. Daba mucho miedo, pero una sensación de tranquilidad recorrió mi cuerpo entero; al igual que él, desconfiadamente, nos examinábamos. Unos segundos después lo vi nadando con una pierna entre su doble hilera de dientes y el rojo tiño las aguas del tranquilo e indiferente océano. Prisionero de mi cuerpo, con una pierna menos y un agujero en mi cabeza, esperaba la cálida entrada al Paraíso, a pesar de haberlo intentado inútilmente una única vez, imperdonable error. |