DOS MIL
Hacía frío, como era costumbre para un 9 de julio en Santiago de Chile. Y este frío imprudente calaba los huesos de ese pobre hombre quien luego de salir del trabajo, esperaba una micro que lo llevaría de regreso a su hogar.
Miraba sin mayor interés del necesario, cómo se acercaban esos monstruos amarillos, con sus motores rugiendo, y cómo lograban capturar y aplastar tanta gente en su interior.
Sentía además como una leve llovizna comenzaba a caer sobre su cuerpo cansado de tanto fregar pisos todo el día. Amaba el invierno, pero... La lluvia constante lo hacía trabajar mucho mas de la cuenta, para poder mantener brillosas y pulcras las baldosas en donde gente tan importante posaba sus pies.
Pensaba en su vieja. ? Ay viejita, si tan solo tuviera unas lukitas mas pa? llevarte aunque fuere un engañito- Se decía sin esperanzas.
Mañana era el cumpleaños de la mujer de quien había estado enamorado más de 40 años. De aquella a quien admiraba con respeto supremo, y amaba con cariño sincero. ¡Cuánto habría dado por darle una alegría!
Subió a la máquina con resignación y un dejo de tristeza. Ni siquiera esperaba encontrar algún asiento desocupado, pues sabía que a estas alturas era mucho mejor hacerse la idea de ir parado por un buen rato.
Mientras tanto sacaba cuentas:? Si no hubiera pagado la luz hoy, seguro que me habría alcanzado, seguro... - Tan sólo deseaba poder darle una sorpresa como una mujer de esa grandeza se merece. ? ¿Y si le pido unas lukitas al Lucho?, no, el compadre ya ?ta aburrio de que lo moleste cada vez que necesito-
Afuera la noche comenzaba a caer lentamente, y amenazaba con dejar a todo el mundo en una inmensa oscuridad. Adentro algunos rostros se inclinaban cansados sobre los pechos de quienes habían vivido una ardua jornada. Y él, absorto en sus pensamientos.
Mientras más gente subía a la micro más escaseaba el oxígeno. Los vidrios empañados reflejaban sólo la atmósfera pesada que había en aquel lugar. Algunas ventanas se abrían y se volvían a cerrar, pues era mejor ahogarse un poco, que mojarse con la lluvia que caía a cántaros ahí afuera.
- Tan sólo si tuviera unas lukitas más- Se repetía hasta el cansancio angustiado aquel hombre, rogando que lo escucharan Allí Arriba, y que de alguna forma u otra tuviera su dinero tan deseado.
De pronto algo lo hizo salir de su distracción. A su lado una dama muy bien vestida, que parecía salida de una película o de la tele interrumpía sus cavilaciones. El codo de ella estaba presionando suavemente su brazo, tan suave, que parecía saber que él estaba pensando en algo importante.
Él volteó la cabeza, y al instante sintió como si una luz del cielo iluminará la mano de aquella señora. Era como si Dios mismo hubiera escuchado sus súplicas, y hubiera enviado un ángel para realizar el grandioso milagro.
En la mano de la dama, dos mil pesos, esperando a ser tomados por la mano temblorosa del anciano, quien no lo dudó dos veces. Ella sólo dijo: dos. Palabras que para él estaban de más.
Él siguió sosteniendo en la mano el billete, que mañana se convertiría en un ramo de flores, o una torta, o un collar. Que lograría sacar una sonrisa de la boca de su vieja, que alegraría su corazón por un día entero.
Ya era momento de bajarse, y él aún con su billete en la mano, caminó hacía la puerta delantera, tan alegre que incluso había olvidado dar las gracias, como era de esperar de un hombre tan bueno y honrado como él.
Todos lo seguían con la mirada, esperando que el hombre entregara el billete al chofer. Pero nadie dijo nada. El dinero nunca llegó a manos del conductor. Los boletos nunca llegaron a aquellos dos que habían pagado sus pasajes. Y todos siguieron mirando como el viejo feliz descendía del bus, y por fin guardaba, con una sonrisa plena en el rostro, el billete milagroso en su bolsillo.
02:02 am/ 15 de Julio, 2005 |