La mañana fue intensa. Hacia frío, tú habías salido del cascarón. Careciste de ingratos recuerdos que te atormentaban durante las noches. Nunca soñaste algo malo.
Lucifer nos vendió rosas espinosas para el almuerzo, que dentro de todo, no sabían mal.
Las nubes en lo alto parecían cocodrilos embalsamados con miel y nueces partidas.
Cuan pronto se nos acercamos al final. El mundo ya no era redondo, no era cuerdo, le faltaban alas, no parecía mundo. Intentando salir de nuevo del cascarón para nacer; nuestras bocas quedaron mudas. El río nos hablo de nuestras realidades, nos contó que fluían como él, que las flores giraban para observarnos intercambiar sonidos armoniosos.
Tu cara feliz emanaba hormigas de colores, que por el momento no parecían asesinas, pero sin embargo se mataban unas a las otras buscando ser cada una su propia reina.
El paisaje era tan pacifico que parecíamos estar en la posguerra, nada de sonidos espirituales ni sonrisas maléficas. Gritos de soldados provenían desde el río.
Eran como placebos, gritaban la rendición, pero te hacían doler el cuerpo. Dentro de todo, aunque hacían mal, gustaba oírlos.
Nada del planeta es lo que parece ser. Cuando más rendido estas, mas fuerzas tienes para comenzar nuevamente, y del tiempo mejor ni hablemos. Él siempre mete la pata.
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