El cielo de Raquel.
La tarde había sido hermosa llena de cosas nuevas, Raquel era una niña que siempre se había interesado por aprender, le fascinaban las matemáticas, la historia, los cuentos fantásticos que la maestra le leía. Raquel vivía inmersa en sus fantasías, siempre atenta, siempre risueña, siempre curiosa así era Raquel, como muchas otras niñas. Aquélla tarde Raquel caminaba pensativa, con una sonrisa radiante, después de haber aprendido tantas y tantas cosas nuevas, ahora sabía que existen insectos de vivos colores y animales enormes que habitan el mar, lo más sorprendente e interesante era haber aprendido que el universo es inmenso, tan inmenso que jamás terminaría de imaginarlo, en él había tantas cosas que tendrían que vivir mil años para poder conocerlas todas y aún así podrían faltarle muchas, en el habitan tantos seres como piedras en el río y todos son diferentes, había aprendido todo aquello y ahora la vida no era la misma, se preguntaba tantas cosas, tantas como podía. De camino a casa se detuvo en cada rincón posible para ver paso a paso todo lo que la rodeaba. -Esto es nuevo, esto también, ese color tan raro- y así descubrió a la oruga, a la hormiga de color oscuro, a la lagartija asoleándose mientras comía y a la flor con sólo tres pétalos. -¡Es verdad, el mundo es enorme! Quisiera vivir mil años para poder conocerlo todo.- Así Raquel fue llegando a su casa, guiada por un camino estrecho y por el olor a pan recién horneado. Al llegar a la puerta, duquesa una perra muy hermosa, salió a saludarla. Moviendo la cola alegremente duquesa decía hola.
Raquel vivía con sus padres a la orilla de un río, su madre aunque joven era muy poco alegre, parecía pensaba Raquel que nunca hubiera reído, su padre era un hombre trabajador pero muy serio, con un semblante muy frío, siempre poniendo reglas y siempre al pendiente de que no faltaran leños para poner en la chimenea.
Raquel tenía 8 años y era una niña muy bella, siempre risueña, llena de energía, con una mirada inquieta que no dejaba duda de su astucia. Raquel no tenía hermanos pero como si los tuviera; la vaca, el cerdito, las gallinas, duquesa e incluso el gato que era muy arisco le brindaban compañía. Todas las tardes como ya era costumbre, Raquel y sus padres se sentaban frente a la chimenea a beber chocolate, su padre leía algún libro mientras su madre tejía y Raquel entretenida jugaba con un montón de piedritas a las cuales les había dibujado caritas para hacerlas más simpáticas, esa tarde Raquel no quería jugar con aquellas piedras, ni leer un libro, ni siquiera acariciar a duquesa quien estaba ansiosa por mostrarle la franela que había robado de la cocina y que aún conservaba un delicioso olor a pan. Esa tarde Raquel quería hacer algo más interesante, quería explorar cada rincón del mundo entero y contemplar por la ventana la majestuosidad del horizonte.
Raquel estaba distraída, como ausente, las piedras yacían en el piso mirando la chimenea mientras ella pensaba en algo más que travesuras, después de esperar ansiosamente notó que su padre se había quedado dormido y su madre tejía cada vez más entretenida así que aprovechó el momento y salió silenciosa de su casa directo al río, en donde días antes había perdido una peineta de madera labrada por su padre como regalo de cumpleaños misma que nunca pudo encontrar. Al llegar al río, la pequeña niña se sentó a contemplar las estrellas, maravillada por su resplandor. –Una, dos, tres. - Contaba Raquel. -Seguramente habrá más de cien! Tal vez mil, tal vez un millón! Si tan sólo pudiera tener una, sólo una! La guardaría en mi bolsillo y por las noches alumbraría mis sueños, en el día le contaría mis secretos y cuando jugara, jugaría conmigo!– pensaba en todo aquello cuando de pronto un ruido extraño se escuchó a lo lejos, paralizada por el miedo, agudizó sus sentidos, un sonido suave provenía de aquel río, miró cuidadosamente tratando de encontrar aquello que producía aquel sonido, pero sólo veía su silueta dibujada en el agua que apaciguada le mostraba su contorno infantil, unas trenzas enormes y unos ojos tan grandes como dos ciruelas.
Asombrada por verse reflejada con tanta claridad se inclinó despacio y sigilosamente estiró su brazo despojándose del miedo y con gran astucia simuló recorrer su silueta dibujada en el agua, su dedo índice señalaba aquellos ojos color miel incrustados en el río.
Entretenida ahí olvidó lo que buscaba y poco a poco la embrujaba aquella maravillosa imagen, -¡soy yo! La blancura de mi piel, no sabía que fuera tan blanca y el vestido… que hermoso vestido.- Uno a uno señalaba los girasoles que en él lucía, rodeada de bellos colores, la noche la contemplaba, la luna la iluminaba mientras el bosque entero se quedaba en silencio, así llegó la noche y Raquel se sintió una estrella olvidando por completo el miedo que había sentido, el agua se volvió tibia y sin temor alguno sumergió su mano dentro del río de tal manera que la imagen en un abrir y cerrar de ojos se diluyó, mientras las ondas jugueteaban y la corriente saludaba. Raquel rio por aquel suceso y el agua le correspondió, riéndose en silencio.
La alegría se convirtió en dicha y Raquel comenzó a tararear una canción mientras danzaba en la orilla de aquel río, tomando su vestido y dando vueltas como trompo cantaba –un, dos, tres una estrella yo seré, un, dos, tres y el mundo yo veré.- Así cantaba Raquel mientras sus trenzas bailaban al compás de la melodía, -un, dos, tres una estrella robare, un, dos, tres una estrella mía haré.- Dando vueltas como una reina Raquel desato su cabellera, sus rizos castaños se sintieron libres y al compás de la noche la acompañaban en su alegría. En plenitud de su infancia Raquel cantaba sin miedo, de pronto cansada de dar tantas vueltas se recostó en el pasto y miró de frente al cielo, el azul intenso , la inmensidad de la noche, la quietud de las copas de los árboles, las estrellas..la hicieron respirar profundo -realmente esas estrellas son hermosas- murmuraba Raquel mientras miraba aquel paisaje.
El silencio se hizo presente mientras observaba el cielo entero, el tiempo voló y el sueño se apoderó de ella, como se apodera un niño de algo nuevo, tarareando en su memoria aquélla canción que había inventado, pasaron los minutos convirtiéndose en horas y Raquel sumergida en aquel sueño imaginó a la luna sentada en una silla hermosa, coronada por los rayos de una luz muy blanca, madura y tranquila la luna contemplaba el horizonte.
Raquel angustiada por verla tan pálida se acercó a preguntarle -¿Señora. luna por qué esta usted tan triste?- la luna la miró fijamente y dijo – no te conozco, ¿quién eres? – soy yo Raquel – es verdad contestó la luna, ahora que lo recuerdo, eres la niña hermosa que cantaba junto al río, eres la niña que decía que una estrella se robaría – ¡si yo soy aquélla niña y quiero una estrella, una sola de esas miles, nadie lo notará!
Tienes razón dijo la luna, esas estrellas son hermosas, tan alegres, tan radiantes, alumbran cada noche a la humanidad entera, una estrella en tu bolsillo.. una estrella... nadie lo notaría -¿sabes? dijo la luna, he escuchado esa melodía, y déjame decirte Raquel que algunas veces me he sentido muy sola y espero con ansia escuchar una risa, es muy triste estar acá arriba, las estrellas están todo el tiempo ocupadas y no platican conmigo, el sol esta dormido cuando yo estoy despierta y allí abajo nadie me hace caso, es más mi luz ya no es tan bella, mira Raquel; ¿Ves todas esas luces? Las han inventado por que la mía ya no es radiante, ya soy muy vieja, ¿ves todas esas casas? las han puesto para que ya no vele sus sueños, ya no sirvo para nada, ya no tiene sentido despertar y alumbrar todo aquello, en cambio el sol, él tiene toda la atención, la gente se levanta y lo saluda, lo buscan para sentir su calor, su compañía, lo echan de menos en invierno, en primavera lo disfrutan siempre está acompañado y yo cada vez estoy más sola, por eso hoy mientras contemplaba a escondidas la jornada de mi hermano sol pensé, ojalá y pudiera tener un poquito de lo que él tiene. Alguien que me pudiera hacer compañía, una linda niña como tú Raquel una más de tantas niñas que juegan con el sol cada mañana, que saben contar mil historias, que arrullan con sus cantos. Una niña como tú Raquel, total nadie lo notaría. Raquel pensativa se acercó a la luna y con un beso en su mejilla la luna recobró el brillo, - gracias Raquel, gracias por escuchar mis ruegos, gracias por escuchar mis penas y mis alegrías si te quedas conmigo Raquel te prometo que conocerás el mundo entero, vivirás eternamente y podrás contemplar todas las noches un millón de maravillas, serás la estrella mas hermosa, la más grande, la más linda, pero prométeme Raquel que cuando yo duerma y el sol este alumbrando me contarás al oído todo lo bello que has visto, me contaras tus penas y tus alegrías, para que duerma tranquila.
Velaré tus sueños y platicarás conmigo, veremos juntas como va creciendo el río, como enverdecen los árboles y como las estrellas se visten para salir de noche. Raquel aceptó contenta, por fin viviría mil años por fin conocería las maravillas de la vida, tendría a las estrellas como amigas y a la luna como consejera, así Raquel se prendió de aquel manto azul y por siempre miró el río de caudal lento, acompañada de la luna que recontaba mil historias. Así bailando al compás del viento Raquel se sumergió en el hermoso firmamento.
|