Cuantas veces no quise pensar
que todo era parte de una gran urdidura.
Llevándome a ese funesto altar,
flores y amores perdidos en la espesura.
Una irrisoria noche sin envergadura
y nosotros aprendiendo a amar.

Que vas a hacer ahora que dejaste ir
a la única persona que te podría amar.
A la última especie que de por ti sentir
robaría la tinta al más feroz calamar,
quitándole al cielo extremo su altear
solo para conseguirte el ansiado elixir.

¡Altica que dañas mis pensamientos!
Destruyes al fin mi admirado panteón
dejando la música para los jumentos.
Susurrando desafinas mi acordeón
enmudeciendo donde ya no existe el león
sólo recuerdos y testamentos.

Me has olvidado en el frío arrabal.
Un latido débil se abriga en mi pecho.
Viento gélido que acompaña al vendaval
con miseria galeote me has hecho.
Transformado hasta la muerte en mí lecho
sin poder oír otra vez el sol estival.