Llevaba muchos años dedicado a la limpieza del mundo.

Al principio lo tomó con buen humor, y silbaba contento mientras barría. Con los años, su carácter se agrió; la suciedad no paraba de crecer, y el barrendero no sabía cómo detenerla.

Estaba obsesionado por su trabajo. También muy orgulloso. No existía otra cosa tan importante; miraba por encima del hombro a los demás.

Pero pasó tantos años que el barrendero decidió probar su última tentativa: o limpiaba el mundo de una vez, o se retiraba. Barrió días enteros, así como noches eternas, sin descansar ni un instante hasta que no pudo más; cayó extenuado al suelo.

Poco después, llegaron sus compañeros de labor, lo tiraron al camión de la basura, y se lo llevaron al vertedero.