Flaco por las rechupallas, tan recontra delgado y larguirucho que te han de ver, a veces tan triste y a veces tan alegre, cuantas cuitas tienes que contarnos en tu vida breve pero intensa. Que te independizaste a punta de coraje, que los vecinos no te quieren, que unos te destriparían con gusto y el otro que te mira en menos, flaco tembleque, pero a ti no te importa porque así es la vida y tus preocupaciones son otras, como que por cualquier cosa te vienen unos tremendos soponcios y ¡Afírmate que vamos a galopar! Y entonces eres tierno y solidario, lánguido y moquillento como una chiquilla de trece. Te quiero flaquito porque eres traslúcido como el agua de las vertientes, y porque tienes una riqueza interior que no cualquiera te la iguala. Eres incomparable en tu grandeza y nadie ostenta como tú esa cabezota rojiza que siempre está acalorada, en abierta contradicción con tus pies eternamente helados y humedecidos. Al parecer, la naturaleza quiso ser pródiga contigo y puso en tu cuerpo volcánico todos los excesos y casi ninguna carencia. Se sabe que cuando se acerca Septiembre, tu carácter se endulza, te pones bailarín cucarro y te aprontas a celebrar tu cumpleaños como Dios manda, flaco lindo. Entonces eres más que nunca el minero silencioso y el campesino ladino, el sureño amistoso y el mapuche de sangre encendida, eres todos ellos y muchos más en tu mezcolanza extraña de temperamentos contrapuestos. Ya viene un coro de gorriones a cantarte las mañanitas en alguno de estos días tan límpidos cuando la cordillera se transforma en un blanco mantel azucarado donde se han de servir los dulzones vinos y todos los néctares de la tierra. Una apetitosa empanada chorreará sus jugos sabrosos por tu brazo famélico y te empinarás al seco un vaso de chicha al parecer rapiñado del Olimpo, por lo gustoso. Luego una china elegantosa te sacará a bailar una cueca con aroma a conquista y los ¡Huifa! Y las ¡Vueeeelta! encenderán de pasión tu sangre belicosa. Por último le hundirás tus dientes adoquinados a una exquisita carne asada y todos tus innumerables compadres te harán rueda con un vaso de buen mosto en sus pueblerinas manos. Gallardos soldados desfilarán en tu nombre y veloces pájaros de fuego cruzarán el azul firmamento para recordarte con voces de trueno que tu independencia siempre estará bien cautelada. Y acaso por todas estas gestas de pabellón y comistrajo y por ese amor tan insobornable que te demuestran tus querendones hijos, acaso por ello o porque sólo se te ocurre llorar de contento, caerán tibias lágrimas de caliche por tus mejillas doradas y tu corazón de cobre derretido se alborozará cuando escuches gritar a tus hijos adorados: ¡Viva mi Chile, mierda!