Yo antes era un hombre que no se conformaba con lo que tenía a pesar de tener lo necesario. Debí haber sido injusto y pesimista. Me comportaba como un niño que llora por que su madre no le compra lo que quiere. Conocí a grandes hombres que me enseñaron ha ser agradecido, a conformarme con poco, y a ser feliz con nada. Me pareció interesante y decidí ser como ellos. Se veían tan felices y yo sería igual.
Lo había logrado, me había convertido en un hombre grande, maduro y feliz. Estaba conforme y nada me parecía demasiado malo. Pensé: esto es lo que había esperado toda mi vida.
Pasó el tiempo y sentía que algo me faltaba, ya no podía volver a ser ese niño mañoso. Me pasaron cosas por las que antes había llorado, pero ahora me estaba riendo, no comprendía. Todo lo que me pasaba era extraño. En un principio estaba contento, las cosas que me entristecían antes ahora no lo hacían.
A medida que pasó el tiempo comencé a desesperarme, para mí todo estaba bien, a pesar de estar mal. A veces quería llorar, pero reía. A veces quería gritar, pero no podía, cantaba. Me sentía mal, y lo sabía, pero no podía hacer nada para saciar ese dolor. Era como cuando se tienen esos sueños de terror en los que uno quiere gritar y pedir auxilio, pero no puede. Creía que no tenía sentimientos, que en vez de convertirme en un hombre grande y feliz, había apagado poco a poco mi corazón, que lo estaba drogando y haciendo creer que todo estaba bien.
Mis penas comenzaron a juntarse y no podía hacer nada por ellas. Traté de llorar, pero no podía, hasta que un día lo logre y supe que estaba vivo. No me sentía feliz de haber llorado, a nadie le debería gustar deprimirse, pero me sentía satisfecho.
Tuve de la vida una lección muy importante:
-aprendí a estar conforme, y a no buscar la manera de estarlo
-aprendí a estar feliz, y a no buscar la manera de estarlo
-aprendí a llorar, a reír, a gritar y a cantar
Aprendí que a veces la felicidad puede ser triste
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