Mañana
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Se veia lindo el sol a lo lejos.
Alejandro empujó la balsa hacia el medio de la cañada y dio dos remadas.
Quedó mirando.
Pensaba.
Esperó que casi desapareciera en el horizonte, entonces volvió a remar a la orilla.
Los colores habían desaparecido, solo se podian adivinar los contornos grises, el resplandor inmenso en lontananza y el brillo picoteado del agua.
"Hasta aca llegamos hoy - dijo - pero mañana sigo."
Porque le habían contado que siguiendo la corriente de la cañadita, en especial si estaba con buen caudal, unos pocos quilómetros mas adelante esa pequeña corriente de agua se juntaba con el arroyo de las Carretas, justo en la zona de los bajíos.
Era fácil llegar, solo tenía que tener cuidado con los sauces llorones orilleros, de largos brazos verdes besando el agua, algún banco de tosca escondido, y por fin sortear los arenales al entrar al arroyo.
Pero no era dificil y él era baqueno.
El mundo de Alejandro era la cañadita Medina.
Habia nacido en un pequeño rancho de barro a pocas cuadras de ella. Por alli estaba enterrada su madre. El padre un día se fue flotando, y nunca volvió - ese cuento era repetitivo a lo largo de su vida - y la tía que lo crió sin quererlo le había llenado la cabeza con cuentos de grandes ríos, bagres gigantescos, lugares donde no había morrocoyos ni viejas de agua, pero salian otros peces extraños. Le decía de grandes ciudades, de diferentes gentes.
Por eso, al morir su segunda madre unas semanas atrás, él venía y pasaba tiempo en la orilla, o en el medio de la cañadita, flotando, como provocándose.
"Mañana sigo", se repitió.
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