Aduanas
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El gato enroscado en el estante de cristales, frente al viejo espejo con señales de humedad, duerme felinamente entre una botella semivacía de Espinillar y una llena de Grappa-miel, con la cabeza hacia abajo y el hocico apuntando el techo, levemente separado de la terminación de su cola, que se mueve misteriosamente al influjo de quien sabe que sueños.

El ratón pasa muy cerca de su supuesto enemigo y lo hace tranquilo, camino a la desprotejida bandeja de bizcochos.

Ningún humano entendería estos mecanismos burocráticos de los pequeños animalitos, pero a poco de pasar el roedor, uno de los ojos del gato se entreabrió, como controlando alguna situación.

A los pocos minutos el pequeño ratero apareció con un gran trozo de alimento, producto de sus andanzas y, como al descuido, lo dejo caer delante del gato. Luego volvió sobre sus pasos y con otro bocado pasó apurado hacia sus laberintos.

El gato despaciosamente olió aquello y lo degustó con delicadeza, luego se desperezó arqueando el lomo y bostezó a placer, mostrando unos colmillos no muy higiénicos y una lengua muy roja.

Después siguió durmiendo haciéndose un ovillo en dirección contraria.
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