El sol emprende su retiro en la ciudad. Antes de llegar a mi cita con mi próximo casero tengo previsto pasar por la calle Trapería a saludar a Jacinto, un viejo compañero de colegio, ahora vagabundo, cuya vida se dio de frente con el mundo de la depresión y al que nadie le ofreció la oportunidad de superar.
Todos los días le invito a venir a casa a tomar algo caliente y a pernoctar siempre que quiera, pero Jacinto es libre, la calle es su hogar y es donde quiere vivir. Su orgullo lo respeto desde el día que lo conocí, sentado en el ultimo pupitre de la clase.
Cuando éramos críos superamos miles de obstáculos, pasamos muchas aventuras y estuvimos uno junto al otro en los momentos más difíciles.
Es verdad que a esta edad las cosas más difíciles se ven con el tiempo como meras anécdotas, poca cosa. Sin embargo, esas dificultades nos unieron como nada ni nadie jamás lo haría.
Añoro esos concursos de escupir más alto, esas carreras por los pasillos de la escuela delante del padre Vicente, esas cacerías de ranas en el río,… y sonrío. A veces, mientras le invito a un café con leche, se nos humedecen los ojos al recordar todas aquellas andanzas y trastadas de juventud.
Nuestra existencia en este mundo era lo más feliz que un niño de familia obrera pudiera soñar. Pero la vida es, a veces, una mala madre que da a sus hijos golpes muy duros.
El día 7 de diciembre de 1990, Francisco Márquez Llamas perdía la vida en la carretera. Volvía a casa con su familia. Este camionero de 58 años traía un sueldo muy trabajado. Traía regalos para Jacinto.
La esposa del difunto cayó en una profunda y agónica depresión que terminó en la habitación 113 del Hospital San Juan el 23 de abril de 1995, tras una larga ingesta de medicamentos y alcohol contra la que nada pudieron hacer los médicos. Jacinto quedaba solo en la vida.
Su abuela lo acogió, pero nada era igual. Desde la muerte de su padre, la llama que iluminaba los ojitos de aquel niño se había ido apagando hasta que un día decidió vivir en la calle. Sus únicos amigos eran el frío, el hambre, la depresión,… y yo.
A partir de aquel día siempre nos veíamos e intentaba que su situación fuera lo menos desagradable posible y el lo agradecía y parecía sentirse a gusto.
Estos últimos días nos ha visitado una serie de olas de frío siberiano de las que le he ido advirtiendo. Su respuesta siempre es la misma: sonríe y asiente, pero confía en su instinto de supervivencia y en el destino…
Como decía al principio, voy de camino hacía el punto de encuentro con Jacinto. Han pasado 10 minutos y no aparece. Para hacer tiempo leo el periódico. Por lo visto, la última noche fue la más fría del año aquí, y un indigente no logró sobrevivir. Las iniciales que se pueden leer en la noticia, J.M.C., mis ojos humedecidos me arrastran a mi casa. Hoy no voy a trabajar. Jacinto se ha marchado y no volveremos a recordar aquellos maravillosos momentos de inocencia con los que seguiré conviviendo…
Para Jacinto, allá donde estés.
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