El camino de Tita
-Por las mañanas recojo botellas, latas de leche y bolsas de plástico de la basura que luego se las llevo a Don Saúl, por las tardes limpio los baños del bar de Gemita...
-¿Y por las noches?
-Cuido que mi ma Marcela no tenga pesadillas.
Tita tiene catorce años el próximo mes cumple los quince, -el mismo día de Santa Rosa de Lima-, desde hace cinco años vive con doña Marcela, una anciana abandonada por sus hijos, esos que con visa y pasaje al extranjero en mano, se olvidan de quien los trajo al mundo, Tita le prepara la comida, le lava la ropa, todo a cambio de una cama caliente y de tener algo en el estómago, aunque se duerma con las historias que la vieja cuenta a cerca de sus amoríos de juventud y que siempre las finaliza aconsejándole que no crea en nadie, -ni a tus propios hijos- le dice doña Marcela con tres lágrimas inmensas, que Tita seca con sus manos grasosas estampándole un beso en la frente mientras la arropa para dormir, luego se acuesta en la estrecha cama de a lado esperando la mañana para ir a trabajar. Doña Marcela ignora que Tita trabaja, ella cree que va a la escuela, que de seguro ya está por terminar la primaria, más vale tarde que nunca, lleva más de medio año esperando su cumpleaños para celebrarlo pues le metieron en la cabeza que cuando se cumple quince años se celebra a todo dar, y ella vio en la televisión como las niñas “bien” se visten de rosa, se arreglan el cabello con peinados risibles e invitan a todo el mundo y que siempre un niño todo encopetado la lleva del brazo por un salón enorme decorado con flores, pero ella es conciente y no se avergüenza de soñar un poco por ahora sólo quiere pasarla con Ma Marcelita porque también sabe que la vida pasa rápido y quiere ser feliz aunque sea un momento.
Llegado el día Tita se levantó muy temprano sin que la doña se despertara y salió a la calle, había reunido el suficiente dinero para un vestido rosa para ella y uno verde de seda para doña Marcela, estaba ansiosa porque sería la primera vez que probaría vino comprado por ella misma, y no los restos que encontraba en las botellas que recogía, pero sobre todo esas sandalias de tacón alto que estuvo contemplando por varios días. Fue hasta el mercado, compró el vestido, la carne, luego paso por la licorería y compró un vino, la vendedora se asombro pensando como una chiquilla con la ropa remendada podía ser tan buena catadora.
Los ojos de Tita brillaban más que el sol, estaba frente a la zapatería, y ahora por fin podía comprarse las sandalias, no esperó el semáforo para cruzar, estaba tan emocionada que corriendo atravesó la avenida.
A doña Marcela le avisaron al día siguiente, cuando Tita despertó y pidió que no se le dijera la verdad, que solo le llevaran el vestido, que le engañaran que regresó con su padre, que ya ella está acostumbrada a los abandonos.
-Por las mañanas trabajo repartiendo diarios, por las tardes voy a la escuela, este año termino la primaria
-¿Y por las noches?
-Por las noches, me acercó cada vez más a la casa de doña Marcela, porque sé que pronto será hora de regresar.
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