Doña Juanita se levantó temprano esa mañana y antes de servir el desayuno se metió a su media tina para despercudirse de esos sueños que aún revoloteaban sobre su cabeza. Su esposo había salido aún más temprano de la casa en su camión tres cuartos para ganarse la vida como fletero de media jornada, para después, a media tarde dedicarse a vender vigésimos de la lotería en el quiosco de diarios que manejaba junto a su medio hermano.

Media hora más tarde, doña Juanita se dirigió al almacén de don Ernesto y compró un octavo de deliciosa mantequilla, medio litro de leche de esa bien espumosa y con bajas calorías, medio kilo de pan crujiente, medio kilo de azúcar y un octavo de aceite. Feliz de la vida, se dirigió a su casa mordisqueando la media barrita de chocolate que encontró en uno de los bolsillos.

Un cuarto para las dos, la llamó su amiga para preguntarle si conocía a alguna niña que pudiera trabajar media jornada como empleada doméstica. Ella, que nunca se andaba con medias tintas, le dijo que conocía a una que era muy cumplidora pero que no le gustaba que le pagaran su sueldo a medias. La amiga, un poco molesta, se despidió a medias y cortó.

Era ya medianoche cuando doña Juanita sintió el motor del camión tres cuartos, tan reconocible con su asmática carraspera y esos jadeos de enfermo en agonía. Entonces sintió que su corazón latía más apresuradamente y cuando se abrió la puerta, corrió a abrazar a ese hombrote esforzado junto al cual hacía ya varios años que era total,completa y enteramente feliz…