El timbre sonó un par de veces por lo que Isabel caminó despacio dirigiéndose a la puerta para ver quién tocaba, al abrir sintió un vuelco en el corazón y por un momento perdió el aire al ver la figura que estaba parada ahí a la puerta esperando.
Ella no podía creerlo , pensó que jamás volverían a verse y ahí nuevamente tan cerca se encontraba frente a ella.
Pasaron muchos años desde la última vez que se vieron, aquella noche en el hospital cuando Isabel estaba muy enferma pero el encuentro no fue nada grato y duró tan solo un instante, algunos minutos fríos y sin emoción por lo que la separación parecía definitiva.
Isabel se quedo paralizada sin saber qué decir o cómo actuar, una alegría inexplicable recorría parte de su cuerpo, sin embargo, prefirió portarse seria e indiferente como solía hacer cuando no quería que descubrieran sus verdaderos sentimientos, tenía gran capacidad de oír o ver cualquier cosa sin ni siquiera inmutarse, podía mantener inmóvil cada músculo de su rostro aún que estuviera escuchando lo más chistoso o triste del universo.
Finalmente después de algunos segundos de quedar atónita abrió un poco más la puerta para dejar pasar a quien no podía contenerse más para saludarla y esperaba con paciencia a que pasara el primer trance del encuentro.
Ana era la visita inesperada, algunos años más joven que Isabel pero no se podía notar la diferencia a simple vista y aunque ambas se veían mayores desde la última vez que se vieron aún existía aquel brillo en sus miradas que no podían disimular en este nuevo encuentro aún después de tanto tiempo.
Ana sonrío y saludó con un fuerte abrazo a Isabel quien aún estaba un poco a la defensiva sin querer abrir del todo sus sentimientos ante este nuevo encuentro.
Ana accedió pasar a la sala esperando poder platicar un poco de lo que había pasado últimamente en sus vidas, mientras cruzaban el pasillo pudo notar como había cambiado la decoración de la casa y ahora se veía tan diferente de cómo la recordaba, de pronto por las escaleras bajó corriendo la pequeña hija de Isabel, tenía el cabello rizado exactamente igual que su mamá y una sonrisa que contagiaba dulzura y alegría a quien la veía.
Una gran sonrisa se dibujó sobre el rostro de Ana y trató de acercarse a saludar a la niña pero la pequeña corrió rápidamente a esconderse tras las piernas de su madre quien la veía con tanto orgullo mientras le acomodaba su diminuto vestido rosa y le arreglaba el moño del cabello.
Ana tomó asiento y observó las fotos en el librero donde pudo observar parte de la vida de Isabel de la que no fue parte al decidir dejar atrás el pasado y seguir adelante. Observó que gran parte de ellas eran de su hija a quien dedico los últimos años y que era su vida desde el momento que nació.
Pasaron largas horas charlando, había tantos temas de que hablar, primero empezaron con el trabajo mientras la niña correteaba por los sillones y después de algunas horas que el cansancio la hizo recostarse en el regazo de su madre a dormir, la llevaron a su cuarto y continuaron la charla, ya avanzada la noche, empezaron a platicar de temas más íntimos, de sus relaciones, de sus frustraciones, de sus anhelos , sueños y fantasías.
Ambas nuevamente estaban solas y se daban cuenta cada minuto que tenían tantas cosas en común que quizá había sido un error el dejarse de ver por tanto tiempo ya que ambas confesaron que se habían extrañado en varios momentos cruciales de su vida.
Al llegar la madrugada, Ana decidió despedirse para dejar dormir a Isabel ya que ambas tenían que trabajar al día siguiente, había una fuerza que no quería separarlas y que las hacía despedirse una y otra vez mientras encontraban algún pretexto para seguir platicando aunque fuera alguna tontería absurda.
Abrieron la puerta y estaba lloviendo, Ana tomó a Isabel de la mano y la obligó a salir a mojarse bajo la lluvia y de pronto estaban mojándose bajo las estrellas como hacía tantos años que no lo hacían iluminadas tan solo por la luna llena.
Y fue ahí en ese momento que Isabel y Ana, después de tantos años ... Volvieron a besarse.
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