Inicio / Cuenteros Locales / La_columna / ¿Quién me escondió los juguetes? (la maduración a partir de los cambios externos) de la columna de los lunes de Carloel22, por Neus_de_juan
¿Quién me escondió los juguetes?
La maduración a partir de los cambios externos
Es fascinante observar la maduración de los niños desde que nacen.
En las distintas etapas muestran cómo perciben el entorno y de qué manera van descubriendo otras perspectivas a medida que van creciendo y transitando diferentes períodos.
Javier aprendió a sentarse y eso conlleva un dominio de su entorno inmediato. “Niño de medio año, un pedazo de pan y sentarlo”, decía mi abuela.
Con sus manitos busca los juguetes adecuados a su edad, se los lleva a la boca, los chupa, los mira, los reconoce, se les caen. Aprendió a buscarlos y si no los alcanza llora y reclama.
Javier llora con este juego: Papá, mamá o la tía le cubren la cabeza con un lienzo y rápidamente lo retiran… ”¡acá está!”, le dicen con una sonrisa.
Javier no sabe qué está pasando. Cuando tardan unos segundos en descubrir su visión, llora. Él cree que su entorno se disipó, no está, desaparece. “¡Acá está!”, dice el adulto.
Cuando Javier descubre que es un juego, ríe. Pero dura bastante tiempo esa sensación de que lo que no ve “no está”. Tanto es así que hasta la edad de un año, un año y medio, se tapa los ojos con sus manitos y cree que está escondido, que nadie lo ve.
Esa desesperación de Javier por “perder” su entorno de manera imprevista, forma parte también de la idiosincrasia del adulto.
De alguna manera, el individuo se aferra a aquello que le hace sentir seguridad: su familia, su casa, su coche, su barrio, su trabajo, su país. Y cuando alguno de estos esquemas se mueve, muta, cambia, siente el temor de la pérdida imprevista.
No voy a abordar el tema de la muerte, pues ello conlleva analizar un amplio espectro de conceptos, posturas, formación individual, circunstancias precisas.
Sólo quiero echar un vistazo, invitar e invitarme, a analizar cuánto de inmadurez llevamos en la aceptación de que las cosas, los seres, las circunstancias de vida, pueden mudar imprevistamente y hacernos perder la estabilidad.
Momentáneamente, como a Javier en sus seis meses de vida, es como si nos cubrieran la cabeza y perdiéramos la visión del entorno. Ya no está, tengo miedo, lloro, me asusto.
Si me quitan el lienzo recupero el equilibrio.
¿Pero qué pasa en el juego del año y medio? Que las personas desaparecen pero están. Están pero cambiaron de lugar. Sólo tengo que tratar de descubrirlas y aceptar que ellas pueden movilizarse por sÍ mismas. Cuando acepto esta circunstancia es que he madurado.
Ese es el planteo.
Vivir anclado en la desesperación por los cambios, ya sean laborales, familiares, económicos, cualquier mudanza exterior que no nos pida permiso ni opinión… o razonar el cambio anticipándonos incluso a él, aceptándolo y haciendo un aporte positivo con una participación activa.
Los cambios en la vida nos enfrentan a situaciones complejas, no sólo desde un punto de vista objetivo, sino también, y especialmente, en el plano de nuestros temores. Entre ambos existe una línea muy sutil y generalmente es difícil tomar distancia y darse cuenta cuáles son las amenazas objetivas y cuáles no. Y sobre todo, cuáles son las oportunidades que se abren cada vez que enfrentamos una nueva etapa.
Todo cambio provoca incertidumbre, miedo y una cantidad de interrogantes.
Sería útil que nos acostumbremos a la idea de que esos cambios pueden producirse en cualquier momento. Frente a este hecho, podemos pensar que es una desgracia estar viviendo en esta época, o pensar que ésta nos ofrece interesantes desafíos y la oportunidad de utilizar más que nunca, algo tan valioso como nuestra creatividad.
Es normal pasar por diferentes estados de ánimo y tener puntos de vista múltiples y hasta contradictorios.
Podemos desesperarnos como Javier, pero la realidad se impone.
Es bastante común que las personas adultas intentemos mantenernos alejados de la sensación de inseguridad. Como sucede en tantos otros aspectos de la vida, solemos pensar que no nos va a tocar a nosotros. No terminamos de estar preparados para el cambio, y cuando finalmente debemos enfrentarlo, el mundo parece desmoronarse.
¿Por qué negar que el cambio nos atemoriza? ¿Que la situación general del mundo nos preocupa? ¿Que la incertidumbre nos agota?
Debemos hablar de lo que nos pasa y de lo que nos da miedo.
Negar y negarnos las sensaciones que nos invaden frente a la incertidumbre del cambio, nos aleja de lo mejor que tenemos a la hora de ponernos a trabajar: La inteligencia.
No convertirnos en súper hombres ni en pobres desvalidos, sencillamente en personas que enfrentan con madurez los problemas de su época. Si nos vamos a los extremos, difícilmente podamos crecer y quedaremos como niños llorando porque nos cambiaron los juguetes de lugar.
Es imprescindible alejarse de posturas atávicas y cerradas, ampliar el pensamiento, ejercerlo como herramienta, reelaborar la situación, aquilatar las emociones y establecer pautas que conduzcan a vivir plenamente desde la reubicación consciente.
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Texto agregado el 11-07-2005, y leído por 278
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Lectores Opinan |
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16-01-2006 |
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“Ese es el planteo. Vivir anclado en la desesperación por los cambios, ya sean laborales, familiares, económicos, cualquier mudanza exterior que no nos pida permiso ni opinión… o razonar el cambio anticipándonos incluso a él, aceptándolo y haciendo un aporte positivo con una participación activa”
Tu planteamiento es correcto. Solamente, dentro de la restricción de espacio que aquí se permite, (y aun así temo ser demasiado extenso) quiero enfatizar que al final de lo que se trata es de un hecho emocional.
El cambio, por lo que al humano se refiere va aparejado a tres variables, a la inteligencia, a las emociones y a la voluntad. Se percibe el cambio (hecho intelectivo), se decide actuar y hacer algo al respecto (hecho volitivo) con tal de mantener la necesaria estabilidad (hecho emocional) que me permita seguir funcionando, que me permita permanecer de pié aunque la faja se mueva bajo mis pies. Al principio y al final nos encontramos con la emoción, se trata de sentirnos bien, y las otras dos facultades, inteligencia y voluntad están supeditadas a esta finalidad inexorable: sentirme bien, ser feliz.
El cambio no es algo esporádico que puede o no darse. El cambio es el elemento más significativo de la realidad, y por supuesto de la vida. Se cambia independientemente de nuestra voluntad. Igual se cambia de hora o de fecha manteniendo una actitud consciente o estando dormidos. El cambio corre aparejado al movimiento y forma parte de una de las leyes de la naturaleza. Todo cambia y se mueve. Incluso la aparente inanimada piedra encierra un enjambre siempre activo de átomos que jamás descansan. Cambia el entorno, incluyendo en ese entorno a nuestro propio cuerpo, y cambia nuestro psiquismo, como si se tratara de un río que inexorablemente camina, sin jamás concederse una parada ni un descanso.
Por tanto, el hecho de prepararnos ante el cambio – el hecho de permanecer con nuestras inteligencias alertas, concientes, preparadas- implica la finalidad –manifiesta o latente de buscar seguridad. El cambio se dará al margen de mi talento o de mi habilidad para afrontarlo pero la emoción resultante (alegría, paz, seguridad etc) será un resultado del correcto uso de las otras dos variables, inteligencia y voluntad.
La paradoja, en cuanto al humano se refiere, es que se debe conservar una cierta unidad dentro del cambio. Se debe conservar la sensación –más que la certeza- de que “ayer y hoy soy la misma persona, a pesar de que el calendario cambie de fecha”. Se trata de un asunto de “seguridad” (Palabra que encierra un concepto más que racional, emocional)
El humano necesita ciertos referentes externos para SENTIRSE seguro. Necesita un cierto orden en sus cosas presentes, necesita SENTIR que vive en un mundo suficientemente predecible y ordenado. Los movimientos demasiado bruscos o intensos le generan ansiedad (como los terremotos, en contraste con el movimiento imperceptible de la traslación o la rotación terrestre que no le incomoda ni desestabiliza)
Contrariamente a lo que la mayoría de las personas piensan o intuyen, no es solo la inteligencia la que hay que afilar para afrontar el cambio con ventaja. No es solo la voluntad la que hay que fortalecer para que se genere una actividad productiva. Es la emoción la que hay adiestrar para que conserve su –relativa- estabilidad en medio de la variabilidad.
En definitiva se trata del viejo concepto –hoy rebautizado como “inteligencia emocional”- que indica que el hombre siempre busca la seguridad, la estabilidad, el conservar la sensación de permanencia a pesar de que el paisaje cambie. Eso se logra –quién puede negarlo?- usando la inteligencia, como bien apuntas, y la voluntad como ejecutora de los proyectos y de las decisiones.
zepol_recargado |
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16-07-2005 |
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La íntima correspondencia entre la idea existente y la manera de expresarla en el papel es querida amiga, la única cosa que logra producir en quien lee, la viva impresión de estar rozando los momentos de vida y tú cada vez que escribes logras eso.
Un fuerte abrazo por ser y por lograr, un gracias muy grande por estar siempre. Por cubrir cada momento. Pedro. carloel22 |
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12-07-2005 |
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Me gusta mucho tu columna, Neus. Está llena de matices, aunque la idea central sean los cambios pero tras ellos se vislumbra el desapego, el aprendizaje, el miedo a lo desconocido...muchas cosas. No es raro entonces entender el porqué el segundo de los motivos de strés con depresión clínica en nuestros días sea "una mudanza doméstica".Nos aferramos a las cosas como deberíamos aferrarnos a la Vida.- Muy buen texto.Te felicito. entrelineas |
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12-07-2005 |
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La reubicación consciente, buena forma de definirlo. Todo tiempo pasado fué distinto, no peor. Saludos. nomecreona |
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12-07-2005 |
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Me gustan los cambios. Parte del desarrollo, del crecer, del seguir. Claro que la turbulencias, las movidas de piso o los cambios a veces nos tumban, nos contrarian pero sin lugar a dudas nos hacen crecer. Somos partes de un proceso constante y de entre de ese marco cualquier cambio será necesario para la adquisición de la experiencia. Gran Columna. anemona |
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