Hace ya muchos años, te ví por primera vez, frente al mar, quise acercarme, mas no me moví, creo que en aquel momento preferí observarte simplemente, desde lejos... tenías aquella actitud serena que te ví muchas veces, y muchas cosas tuvieron que pasar para que te asaltaran los nervios, pero nada que pasara en aquellos momentos bastó para que te dieras por vencido...

Admiraba tu valor, es cierto, admiraba tu forma de pensar, de actuar, de moverte, de hablar, tranquila y lentamente. Me daba la impresión al principio de que te dejabas llevar como un cangrejo por la corriente, luego fui notando que actúas sigilosamente, casi en secreto para lograr lo que te propones, mueves las cosas con infinita paciencia, parte por parte, pieza por pieza, hasta que algo cede, una ínfima partícula de aquel enmarañado edificio, todo se desploma y has ganado de nuevo, y es otra de tus batallas victoriosas.

Soy totalmente opuesta a ti, yo que me debato con el mundo a golpes, forzando, destruyendo, arañándolo todo, no puedo esperar a que las cosas caigan por su propio peso, por la infalible fuerza de gravedad, y en mi desesperación me enredo más y más, y luego ya no sé como salir de aquel embrollo en el que me he metido que yo misma construí... y me vengo con el edificio abajo...

No me extrañó que te eligieran aquel día de otoño para la misión, no logro imaginarme aún quién más hubiera podido hacerlo además de ti... fue otra de tus victorias, debo admitirlo. Quise acompañarte y me ofrecí argumentando que no podías salir solo y atravesar el portal sin compañía... también debo admitir que lo hice por culpa de mi espíritu aventurero y mi naturaleza inquieta, quizás la mayoría del trayecto fui tan sólo una carga para tus costumbres prácticas e inflexibles, pero luego de que todo hubo terminado ambos nos separamos con una lección aprendida en nuestros corazones que nunca olvidamos.

Mientras te observaba con curiosidad en aquel ocaso marino me senté en la arena blanca a la distancia, tus ojos, perdidos en algún recoveco lejano, más allá de las olas verde-azules, buscabas algo. Yo intentaba adivinar, descubrir lo que buscabas en aquel momento, lo que luego encontraste y no sé si habrás vuelto a perder y tal vez encontrado por segunda vez.

Creo que sentí un cariño infantil por ti, totalmente inocente, desinteresado e ingenuo. Por tal razón, luego de aquel crepúsculo me las arreglé para seguirte, espiarte, con el único fin de poder conocerte. Así descubrí tu infinita caridad y ternura, tus ganas de entregarlo todo a quién crees que lo necesita un poco más que tú, en el frío invernal, cuando a nieve lo cubría todo con enfrío de muerte, te sacabas la chaqueta para dársela a alguna niña mal abrigada en alguna esquina... Creo que en ese tiempo fue cuando aprendí a quererte por lo que eres, no por lo que aparentas ser, en cada movimiento que tú hacías podía ver el segundo significado que tenían tus gestos, tus palabras, e incluso tu forma de caminar...

Hasta que un día te me apareciste en una esquina y me preguntaste que es lo que quería, creo que te quedé mirando de alguna forma extraña o particular, o realmente leíste mi mente como creí en aquel momento, pues tu expresión cambió y me sonreíste curiosamente, invitándome a tomar un café contigo.