Había caído la peste del amor. Todos se habían reunido para celebrar el último día de sus vidas. Los pobres, los ricos, los indigentes, los solitarios, los fracasados del Planeta Girasol. Esa fiesta la habían organizado las flores marchitas y todos los habitantes quisieron participar. La idea era que todos se juntaran dentro de los jardines donde iba a estar todo adornado con bellos colores. Todos los que amaban realmente, todos los que nunca habían conseguido tomarle la mano a su amor lejano, los que no pudieron besar al que nunca le miró a los ojos.
Ya eran casi las 9 de la noche y un valz lento comenzó a sonar al ritmo de los pies de quienes se dirigían a los patios gigantes, eternos. Todos tenían la libertad de vestirse como desearan, los ángeles del cielo se los concedería. Las doncellas fueron con sus mejores atuendos. Los hombres de la baja nobleza estaban cubiertos con unos ternos claros para llamar la atención de las muchachuelas que nunca los habían mirado. Y así comenzó todo. Las personas sonrientes como nunca esperaron conversando y danzando.
Los ricos no discriminaron a los pobres, de hecho aprendieron a conocerse. Todos eran nobles, no existía el rencor y por fin el vino no los mareaba.
Esa noche nadie se avergonzaba, porque ya sabían que mañana no existirían, ni ellos ni el amor.
En sus corazones había una tristeza brusca y oscura. En el fondo todos le temían a la muerte, todos querían que la noche no acabara, ya que sería la última donde podrían besar, sonreír de verdad, acariciar con sentimiento. Pero para que eso no siguiera, los ángeles celestes los hechizarían para que todo fuera bueno, sin problemas, sin prejuicios, y para que no se acordaran de sus fracasos horribles que palpitaban en cada latido de sus pechos.
En un asiento color rosa se sentaron dos envejecidos a recordar la juventud con alegría, y en otros se encontraron los que nunca pudieron convertirse en un solo ser.
En un árbol se hallaban dos adolescentes tiernos, que se habían conocido recién y por primera vez sentían atracción por el otro. Se abrazaban, enrojecían y tartamudeaban. Los nervios se apoderaron de ellos de una forma incontrolable.
En una nube se encontraba una pareja de cuarentones tomándose un vino y compartiendo miradas al ritmo de la música. Se besaban suavemente.
En el patio delantero había una muchacha de la clase alta con un muchacho y rodeaban más o menos los 26. Ellos se habían enamorado a los 15 años. Pero los padres de ella no la permitieron comprometerse con ese jovenzuelo porque trabajaba como cartonero. Se habían perdido con otras almas por el planeta y esa noche hermosa pudieron encontrarse y casarse.
La noche pasó rápida a pesar que el tiempo, por esta vez, corrió más lento. Eran ya las 11:45 de la noche y a las 12 se acabaría todo.
Todas las personas estaban con sus parejas esperando el fin. Cuando el Planeta Girasol se empezara a marchitar, todos los seres vivientes padecerían del sueño y se quedarían dormidos.
Los seres se despidieron, esta vez no con sonrisa, sino con pena.
El piso empezó a moverse, las nubes se deslizaron por sus cabezas, y el viento se llevó los árboles. Muchos escaparon, otros se escondieron debajo de las flores, para algunos no funcionó el hechizo del sueño y para otros sí, simplemente se quedaron dormidos. El Planeta Girasol se cayó y toda la fantasía del amor se esfumó para siempre.
Fin.
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