Era una noche en viernes, a las 9:17 PM cuando ya nadie caminaba por la solitaria calle de Nicolás Zapata en frente del colegio Manuel José Othón. El clima era agradable, se había despejado el cielo y se veía la Luna llena, no tan grande, pero hermosa.
Pasaba por ahí Ernesto, un muchacho del colegio muy desconsolado. Se había dado mucha prisa por llegar antes de las 9:00 a una tienda de artículos de oficina a unas 12 cuadras, para poder sacar unas copias y presentar un trabajo de exposición al día siguiente. En efecto había logrado llegar cinco minutos antes, pero la orgullosa vigilante no le había permitido la entrada.
—Lookin’ back on the things I’ve done, I was trying to be someone, play my part, kept you in the dark, now let me show you the shape of my heart…
Cantaba triste, mientras recordaba a Fernanda, la chica de sus sueños que nunca le había hecho caso. Pero dejó de cantar y se quedó boquiabierto al mirar que justamente enfrente de su colegio, por un lugar donde nunca pasaba, estaba abierta una papelería.
—¡Oh, no, no puede ser!— dijo con los ojos iluminados fijándose bien en lo que veía —Sí, sí es la papelería… ¡Dios me quiere!
Así fue. La papelería de enfrente de su escuela estaba abierta a esa hora de la noche, cosa muy rara pues todos los negocios cierran a las 8:00 en esta ciudad. Se dirigió hacia ella y esperó a que lo atendieran.
—Buenas noches. Disculpe, ¿tiene copias en acetato?
—A ver, déjeme ver…
—Sí.
Ernesto no podía creerlo, estaba muy contento por haber encontrado ese lugar abierto.
—Bueno— dijo para sí —sólo por esto perdono a los de Office.
—A ver, permítame— dijo la empleada de la papelería, y Ernesto le dio las hojas.
—Vaya— siguió diciendo para sí —estoy tan contento que me voy a comprar algo, vamos a ver.
—¿Nada más?— le preguntó la empleada al terminar.
—¿Me da un refresco... Manzanita?
—Ah, sí. ¿Pero de copias ya?
—Sí, ya— contestó Ernesto sonriendo.
Salió de la papelería con su carpeta y su refresco, lo abrió y al comenzar a tomárselo voltea hacia el cielo y ve a la Luna mientras camina hacia su casa, como yendo hacia el centro.
—¡Ah, qué bonita te ves!— le dijo sin obtener respuesta.
Siguió caminando tomándose su refresco y viendo a la Luna. Al mismo tiempo pensaba en Fernanda, él imaginaba que con sólo ser su amigo nuevamente podría ser feliz, no como ahora, que ni la palabra le dirigía. La Luna parecía caminar por delante de Ernesto, no se quedaba atrás aunque él siguiera adelante. Ya iba llegando a la calle Terrazas.
—Oye, eres muy, pero muy bonita. ¿Quieres ser mi novia?
—Sí, Ernesto— le contestó una suave y tierna voz.
Ernesto se volvió hacia atrás, y Fernanda le dio una dulce sonrisa seguida de un cálido abrazo.
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