Hoy, cuando luchaba contra el dragón, mi caballo fue alcanzado por un rayo de fuego, el pestilente aliento sulfuroso del dragón había matado a mi amigo, empuñé mi espada con fuerza y una a una fui quitando escamas del portentoso cuello de la fiera, desde el suelo rechazaba los rayos de sus ojos mientras el terrible resplandor tostaba mi cara, entre descanso y descanso, hablaba con Dios, a veces si, a veces no, y así proseguí la lucha durante horas hasta terminar el día.
Me fui caminando a la colina, del otro lado el oasis donde mi vida se rehacía de fuerzas me esperaba con agua fresca, al menos eso creía yo, pero al llegar a casa, ajenjo flotaba en el cristalino elixir.
¿Por qué hemos de esforzarnos tanto? Al fin y al cabo nada de lo que hagamos podrá matar al dragón, y quizás el único placer que nos atiene, el agua cristalina que espera en el hogar, aun ni ella pueda apagar el fuego, porque se encuentra envenenada con ajenjo... |