Se revuelcan como cerdos y engrasan sus cuerpos con el sudor que mana de sus genitales. Inhalan sus mutuos olores, como necesidad de nicotina, como desesperación que sangra de una vena abierta.
Esa es su vida: comer carne de cañón y embestir a discreción.
Fornican por las noches. Por la tarde se emborrachan. Y por la mañana... la mañana, para ellos, es solo una extensión de la noche. Por eso sus extremidades siempre estaban hinchadas, sus amígdalas inflamadas y los genitales desagarrados.
Explorar sus orificios, llenar sus huecos, mordisquear lo que no se debe, pensar lo impensable, arañar sus penas, eran sus pasatiempos, su pasión.
Casi puedo verlos, sentir sus hedores evaporándose al compás del balanceo muscular.
A ella la invade la desesperación del contacto de su piel con el cuerpo de él. Quiere ser penetrada y penetrar, como si de ello dependiera la vida.
Para él, sus camelos no son más que artimañas que alebrestan al prójimo.
La ha poseído a borbotones, robándole el perfume de su primer esencia. Sus curvas se invaden, por sí mismas, de erotismo cuando el sudor lo recorre, dibujándole apetecibles surcos de carne en la espalda.
La luna bien lo sabe, lo que cuento no es panfleto.
Muchas veces los vi junto a la ventana, arrebatándole el alma a un cigarrillo, mientras el viento besaba la desnudez de sus pieles.
Pero juro que esta será la última vez. Después de esta noche, ella ya no volverá a ver la luz del sol. Y él no podrá poseerla nuevamente...
Solo debo aguardar hasta que caiga la noche, para apoderarme de ella.
Necesito empaparla de mí, devorar sus entrañas.
Anhelo tanto el momento en que podré, al fin, expropiar el petróleo que se verte de sus placas tectónicas y dilatar un manantial de ilusiones en sus oídos.
Pero, ¿cuán grande debe ser la mentira para que su cuerpo imagine y extrañe el mío? ¿Cuál es el precio a pagar: la vida o la muerte?
Yo, he elegido ya la muerte, su muerte.
La cortaré en pequeños pedazos, dejando su corazón intacto. Luego quemaré sus restos y me apoderaré de sus latidos, así nunca será de nadie más, solo mía.
¡Ah, qué hermosa es la vida!
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