Me había bajado en aquella ciudad, que no era el destino previsto del viaje, sin saber muy bien por qué.
Pero de pronto me había sentido agobiada pensando en las amigas que me iban a esperar en la estación al final del trayecto, todas muy majas, muy agradables...pero todas recordándome con su mismo cariño mi tristeza.
Me apetecía perderme en una ciudad anónima un rato, no ser yo, no ser nadie...fundirme con los letreros de las calles que cantaban nombres no familiares...y sentir que volvía a empezar...que algo podía volver a empezar, en alguna parte, al menos.
Caminé durante al menos dos horas antes de sentirme cansada, y empecé entonces a fijarme en los letreros de los comercios, buscando una cafetería en la que entrar a beber algo.
En aquella calle no parecía haber ninguna.
Todo eran edificios grandes, con portales enormes y abiertos, llenos de plaquitas multicolores que adornaban la fachada como flores cubriendo el verde de los ladrillos.
Abogado, Procurador, Asesoría, Clínica Dental...lo mismo en cada ciudad.
¿Clonarían portales como esos en cada capital de provincia?
...Clínica Veterinaria, Clínica de Salud Integral: Se abortan milagros.
?¿
¿Qué había leído?
¿Me había dado demasiado el sol?
No. Me giré para leer con atención de nuevo:
Clínica de Salud Integral: Se abortan milagros. Dres. Herreiro. 1.º Central.
Subí.
La ventaja de estar en una ciudad desconocida es que una se vuelve mucho más temeraria, por ejemplo. Nunca hubiera hecho algo así en mi ciudad natal, pero, total, aquí...no me conocía nadie, ¿qué podía perder?
Entré. Parecía la típica Clínica femenina. Casi igualita que a donde acudía a consulta con mi tocóloga.
Me acerqué al mostrador, cuando me preguntaron si tenía cita.
Claro, se habían fijado en mi evidente embarazo de casi siete meses, y pensaban que acudía por él.
Me apoyé en el mostrador y pregunté a la chica:
-- Yo lo que quería...era informarme sobre eso de que abortan milagros.
-- Claro, cómo no, aquí tiene el folleto con todo explicado, puede leerlo en esa salita de espera y cualquier duda, me pregunta.
Cogí el tríptico y me senté en una butaca de mimbre que chirrió lo que quiso bajo mi peso.
El tríptico explicaba en dos colores sobre fondo sepia (siempre me había encantado el fondo sepia, qué pena que ahora apenas se usaba salvo para las papeletas de votación al Senado) que debido a la creciente demanda de algunos progenitores de desterrar los vicios evidentes u ocultos del otro progenitor de la herencia cromosómica de sus vástagos, tras numerosas investigaciones y ensayos en diversas universidades de USA y Japón, esta novedosa técnica llegaba a la provincia.
Consistía ni más ni menos en erradicar por completo el código genético del otro progenitor de un feto aún no nacido.
A continuación se exponían las tarifas y los horarios de quirófano disponibles.
No pudiendo creer lo que leía, me dirigí a la recepcionista, solicitando más información.
-- Ha tenido usted suerte, aquí llega el psicólogo que atiende a las madres que deciden aplicar esta técnica con sus futuros hijos. Él le dará más explicaciones.
A los dos minutos, estaba sentada en el despacho de un amable profesional de la psicología, sin duda especialista en hacer la vida más confortable para otros. Todo en su imagen era confortable: su barbita redondeada, sus manos regordetas, su corte de pelo semiondulado,...todos los muebles de su despacho carecían de esquinas, y juraría que el sillón mismo me había abrazado cuando me derramé sobre él.
El psicólogo me señaló la tripa y comentó:
-- Otro futuro bebé estupendo con padre impresentable, ¿verdad?
Pues sí. Lo había clavado. Sería un bebé estupendo, estaba segura. Ni siquiera me hacía daño con sus patadas, no como sus hermanas a esa edad. Y sí, su padre era un miserable que nunca debía haber aportado a este niño, me asustaba pensar que menos aún su código genético.
El psicólogo me explicó que esta técnica podía aplicarse casi hasta el noveno mes de embarazo, que borraba completamente el código genético del progenitor nocivo para el bebé, y que era indolora para la madre y para el feto.
A mí me parecía demasiado bonito para ser cierto, la verdad, me parecía casi un milagro.
-- Por eso lo llamamos: 'abortar milagros' -- comentó él -- Porque en vez de abortar al niño no deseado por culpa de su origen...¡abortamos al origen!
-- Bien, bien...estoy muy interesada, no lo niego. Pero aún no estoy convencida. ¿No hay riesgo para el niño? ¿Efectos secundarios detectados por el procedimiento?
Y entonces el médico me contó que no, que no había riesgo alguno para la salud física del bebé, y como muestra empezó a enseñarme fotos y fotos de bebés felices en brazos de madres nada amargadas, tal como me sentía yo.
Eso sí, me comentó, sobre los efectos secundarios...a veces se habían detectado alguno. En un treinta por ciento de los casos, en realidad. Pero eso se informaba en el documento para el consentimiento que me acaba de dejar y que debería firmar si quería seguir adelante con el aborto.
Y leí.
Posibles efectos secundarios en la personalidad del niño:
Falta de empatía, ausencia de reacción emocional ante sentimientos ajenos, irresponsabilidad de sus acciones, ego desmedido, imagen de superioridad sobre sus semejantes, ausencia de sentimiento de culpa, fabulación y fantasía exagerada, narcisismo...
-- Perdone, pero no voy a abortar -- le dije, dejando de leer el impreso -- Estos rasgos serían precisamente los que querría que el niño no heredase de su padre.
Es el motivo por el que me siento desgraciada por este embarazo, por haber permitido que mi hijo tuviera un padre así. Por eso mismo no puedo arriesgarme a que se repita.
-- Pero --alegó el médico-- ¿no se da cuenta de que si no se opera, el niño puede nacer con esta predisposición en su código genético?
-- Me doy perfecta cuenta. Por ese miedo no duermo por las noches. Pero, ¿sabe una cosa, doctor? Ahora, eso es sólo una posibilidad. Su carácter no va a depender de esa mitad de adn que yo no he donado. Va a depender de cómo se le quiera, se le eduque y de qué valores le arropen cuando tenga dolor, hambre o sueño. Y esos, serán mis valores, los de mis hijas mayores, los de la familia que ya tengo.
Hasta hoy, me sentía muy desgraciada por haberle puesto semejante padre a este hijo. Muchas gracias por su clínica, doctor, ahora me siento mucho mejor. Ahora sé que mi hijo nacerá con una mano de cartas dada...pero cómo las juegue...eso va a depender en casi toda medida de mí. Y voy a empezar por no dejarle tener como compañero de partida a ese indeseable. Eso casi iguala la partida. Sólo es una mano difícil...no se ha roto la baraja. Mi hijo nacerá con la baraja intacta. Nada de cartas marcadas ni media baraja. Eso sólo sería digno de su progenitor. Yo no soy así. Soy mejor persona y voy a ser la mejor madre para este niño. Y contra este tute de reyes...no servirán faroles. Esos sólo sirvieron para preñarme.
Bajé las escaleras sintiéndome muy ligera, a pesar de lo pesada de mi carga. Cuando estaba peleándome con la puerta de salida, me alcanzó el psicólogo.
-- Perdone, señora, pero...creí entender que no era de la ciudad y que iba a pasar la noche aquí. Así que he recordado que aquí al lado hay un hotelito no muy caro y confortable...donde yo de joven solía acudir a jugar a cartas.
La puedo acompañar, seguro que le dan habitación al reconocerme. Y...si le gusta y decide quedarse...¿tal vez le apetecería jugar unas manos conmigo esta noche? Hace años que no juego. Me había aburrido de las partidas siempre tan iguales. Pero, jugar con usted...jugar con usted promete ser otra cosa.
Me quedé en el hotel.
Y jugué con el psicólogo esa noche. Y la siguiente. Y otra más.
A la semana siguiente, vino él a mi ciudad, a jugar otra mano.
Y mientras daba a luz a mi hijo milagro, el psicólogo jugó unos cuantos solitarios, esperando a que saliéramos ambos del paritorio.
Jn 2005
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