A orillas del lago espero a mi amante. Trenzo flores y hierbas en mis cabellos para que mi olor le marque el camino. Por mi garganta se desborda una cascada musical, una triste melodía que volará hacia él, abrirá sus alas y soltará las redes para atraparlo, para jalar sus orejas como chiquillo malcriado y traerlo a mis brazos de lirios acuáticos, frescos como el musgo.
Poco a poco se acercará a mis labios abiertos, húmedos, brillantes, temblorosos en la expectativa del beso que nos una. Beso con sabor a tierra recién llovida, a peces de colores, a bosque y mar. Lo colmaré de suaves caricias y mis manos se deslizarán sobre su piel como el río en su cauce. Me fundiré en su abrazo y bajaremos, bajaremos, hasta hundirnos en la oscura protección del agua. Su mullido lecho de arena será el nuestro. Nos miraremos a los ojos y seremos felices mintiéndonos por siempre, soñando ser el uno para el otro...
El frío viento vespertino sacude mis cabellos llevándose restos de hierba muerta. La canción se seca en mi lengua y él no llega. Pronto la noche cae y la madre luna me brinda su amor, redondo y blanco, puro y sincero. Su brillo me muestra un lago sembrado de impostores, falsos amantes que alguna vez ahogaron sus ansias con mi beso, que supieron mentir, pero no pudieron soñar. Ahí están ahora, esperando mi regreso. Hundidos en el fondo, les crecen raíces y de la boca les salen ramitas de tierno tallo, frágiles enredaderas que no cesan de buscarme.
Rozo el agua con la punta de mis dedos, la agito, y sus ojos chispean de deseo. Si tan sólo alguno de ellos se atreviera a soñar...les sonrío con fría ternura y les mando un beso de sal. Ellos entienden, pero no saben.
La noche es serena y yo soy muy terca. Mi canto nace de nuevo desde el interior de mi alma. Espero que esta vez sí lo escuches tú...
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