Diego caminaba por las calles de Santa María y encontró a un grupo de hombres, jóvenes y algunos niños escuchando al viejo Martín.
- ¿pero como era el centauro? - preguntaba el chamín, ansioso por la respuesta del anciano.
Con la expresión de quien prevé la pregunta, Martín responde sin prisa – era igual a cualquier humano recién nacido, feo – risas de su público – pero solo de la cabeza al ombligo, a partir de ahí era peludo, su cuerpo se curvaba para atrás y de él salían patas, pero patas con cascos, cuatro patas.
- ¿cómo un caballo? -
- Exacto, como un caballo, la partera lo dejó caer al suelo del susto, y corrió espantada. El pequeño se levantó sobre sus partes ecuestres después de la caída. Empezó a mamar de la teta de la madre, y ya en la tarde había crecido bastante. Durante la noche aprendió a hablar, y al día siguiente huyó cabalgando.
- ¿Porqué huía?-
- Estos seres aman la libertad, al estar prisioneros intentan escapar arriesgando su vida, y si no lo consiguen mueren. Por eso es tan difícil verlos de cerca.
- ¿y que pasó con él?
- Dicen que tuvo hijos, con yeguas y mujeres raptadas, y ahora cunden los centauros en el llano. Son orgullosos y valientes, conocen los secretos de la sabana y los revelan, a veces, en coplas y versos. No vacilan en enfrentar al mismísimo diablo por honor. |