II

Ni siquiera podíamos pensar en el mismo color.
Pero eso sí, pudimos ser sinceros.
Ninguno fingió amarillo cuando el otro amarillo.
Vos amarillo, yo verde.
Lo conseguiste: movilizaste, hiciste el click,
me gustó que vos amarillo, yo verde.
Esos dos colores juntos.
A Artaud le habrían gustado.
¿Es una buena señal?

Te conté que vi el arcoiris entero,
y no sé por qué lo hice.
También vi otra estrella fugaz.
En cada uno de esos momentos
hay un Martín rondando mi aura.
A veces yo misma soy Martín.
Hay demasiado Martín.
¿O quizás sólo los suficientes?
¿Pescador, me deja pasar?

Apostaste los movimientos
nerviosos de tu rostro
a que yo no derramaría una gota del vaso.
No confiaste en la flexibilidad
de mis piernas para echar a correr tan rápido
o abrazarte las rodillas.
Pero sí en la elongación de mi cuello,
en mis labios por sobre la boca
del vaso rojo que me acercaste.

Jugaste con mis llaves,
pero la mañana estaba gris,
yo te las quité y ni siquiera te invité.
Me trepé a un motor y el viento comenzó a pegarme de lleno.
Sonreí. Sonreí. Sonreí. Hasta carcajeé.
Cuando llegué me miré al espejo como si fuera vos.
Me acosté. Y soñé. Con todo esto. Soñé.
¿Soñe? Ahora desperté. Eso lo sé.