Aquella noche decidí convertirme en humo fragante de inciensos orientales para agradar a la dueña de mis sueños, deliciosamente subí a través de su escarpado cuerpo, sorteando las suaves colinas de su vientre, y las empinadas montañas de sus pechos, recogí como pude el aroma de su aliento y me perdí en los hoyos profundos de su nariz respingada, subí para verme en el lago profundo de sus ojos tan solo para comprobar que hecho humo los herí provocando la salida abrupta de dos lagrimas, por eso y solo por eso me desvanecí ante su cara y ahora solo vivo en su recuerdo del aroma de los incienso orientales.
Recuerdo cuando susurraba a mi oído, su susurro ininteligible, profundo como el rumor de olas perdidas en los acantilados de mi vieja Barlovento, acercaba más mi oído, al delicioso agujero de su boca, para oír traviesa entre las perlas de sus dientes a la lengua más hermosa chasquear contra el cielo de una boca que en un susurro incomprensible jugaba con la palabra “te quiero”
Ahora solo vivo en el recuerdo, rememorando como profané tus ropas, como ultrajé tu boca invadiéndola con mi lengua aventurera, como lancé mi caballo desbocado a correr por las sinuosas colinas de tu cuerpo, y como a atrapar entre mis manos a tus escurridizos pechos me atreví después de caricias portentosas, a todo esto accediste llena de ilusiones, por eso me pregunto:
¿Qué pensé al convertirme en humo perfumado, para ofrendar a tu cuerpo con caricias intangibles? Mi sacrificio no merece el tributo de tus lagrimas.
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