Esa noche yo había encendido la vela, no por amor ni romance, realmente la causa era un apagón; tú te reías de mí por que yo no estaba acostumbrada a la oscuridad, era mi primer apagón, por eso fui yo quien encendió la vela, y cuando la tenue luz aclaró el lugar vi tu rostro ensombrecido y mágico, sonriéndome con un poco de lástima por el miedo que reflejaba mi expresión.
Hubo un momento de total silencio, y sólo nos quedamos mirando las caras uno del otro, como si nos hubiésemos detenido en el tiempo. Entonces miraste alrededor y viste como nuestra respiración hacía que el fuego de la vela bailara y las sombras de los objetos también danzaban, y se movían con perfecta coordinación, como yo nunca había logrado moverme. Entonces rompiste nuestro hechizante silencio para proponerme que jugáramos con nuestras sombras: un perro, un gato, un cóndor, un conejo. Todo tomaba vida mientras la vela se consumía, encendimos dos cigarrillos con su fuego y éstos también se consumían.
Abriste la botella de vino, y serviste dos copas. Era perfecto, mágico, tu rostro, tu sonrisa, tus manos tocando mi piel, los cigarrillos entre los labios, tus ojos clavados en los míos, un trago de vino, y ya... De un momento a otro como si nada: se hizo la luz
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