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LA CANTINA

Sentado sobre una silla la cual una de sus patas cojea y se balancea de un lado a otro, se encuentra Pedro, apoyando sus brazos sobre una mesa cubierta de polvo que le da un leve toque de caberna, observa el vaso medio vacío de vino tinto, toma su buque como si se tratase de un buen catador de vinos, da un sorbo, manteniéndolo unos segundos en su boca saboreándolo antes de dezlisarlo, escurrirlo, bajarlo por su carganta, enchueca sus labios, tratando de dar la apariencia de calcular la calidad de la cepa, pero en realidad se trata de aquellos vinos que se venden en bidones superiores a los 2 litros marcas tales como: “el chupa cabra”, o “huachaca”, pero aparentar la imagen falsa de diplomático de clase, lo lleva a realizar esa ridiculez de rito al beber un baso de tinto.
Su mirada se pierde al observar a su entorno, al ver como se desenvuelve al compás de la música de risotadas murmullos y gruesos vozarrones brindando, que merodean al interior de esta cantina llamada “la chica rosa”, cuya fragancia de licor es la típica esencia de este lugar.
Pedro alza su mano, palpando con su mirada a la mujer que se halla tras la barra, esta se acerca con su rostro maquillado exageradamente, vistiendo una camisa blanca ajustada y una minifalda negra que realza sus morenas piernas, que parecen danzar a cada paso que da, al vez que sus robustos pechos se agitan al caminar.
Sujetando entre sus labios rojos como los pétalos pintados en la puerta de la cantina, lo observa esperando a que suelte palabra alguna de su boca.
Pedro ya un poco atontado, agita la mano, señalando a la mujer, que se acerque a su oído para hablarle. Balbuceando levemente con su rostro enrojecido, le pide un cenicero y fósforos.
Aquella mujer que un palmaso en su culo no asusta se marcha, seduciendo las miradas de los viejos que babosean a cada paseo que se da, mientras estos comentan los partidos domingueros en sus poblaciones y el de las grandes ligas de Europa.
Vuelve la mujer con un cenicero en su mano izquierda, colocandalo con indiferencia sobre la mesa donde Pedro apoya su codo, sonriendo picaronamente, coloca un cigarrillo corriente entre sus labios y la mujer enciende un fósforo acercándolo al posiblemente productor de cáncer.
Al cabo de 2 horas aproximadamente, todo jira al interior de la cabeza de Pedro, su mirada sin norte se adormece, tiene la sensación de que la silla se tambalea como bailando al compás de los “salud” y el sonido de los vasos estrellándose.
Mientras que la fragancia de tinto y pisco albergan en sus fauces a viejos agotados, que brindan con alegrías pasajeras, uno dormitea apoyando su cabeza adolorida sobre una mesa que soporta en su lomo un jarrón rebalsado de pipeño.
Murmullos y carcajadas es como música para estos borrachos que jamas confesaran que son bebedores si no que solamente son probadores de alcohol y a mucha honra.
Estos “probadores” de alcohol cuyo preciado anhelo es acariciar sus cargantes con un liquido embriagador, que escurre ardiente como el sudor que corre por sus frentes toda una larga jornada de trabajo en la construcción.
Pedro ya introduciendo sus manos en los bolsillos de su pantalón solo encuentra un agujero en el que cabe un dedo, se rasca sus genitales, mientras observa su mano izquierda, se despoja de una hermosa argolla dorada, vuelve a alzar su mano para llamar a la mujer de exuberantes piernas grandes pechos que magnetiza las miradas de todos los viejos postrados en las sillas.


Texto agregado el 08-07-2005, y leído por 401 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-07-2005 Me gustó. Me hizo recordar a un viejo bar que conocí en Arica donde muy bien pudo haberse desarrollado esta historia. Un abrazo castillo
 
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