Imagina un triángulo entre tus huesos. Una pirámide que penetre tus venas y se coma tus sueños. Imagínale como montaña al borde de la histeria y un gran precipicio que nace de su cabeza.

Yo tengo uno, justo en mis manos, con dientes afilados y palabras lastimeras.

Tiene lindos ojos y sonrisa de idiota. Adula con dulzura, se bebe tu esperma y alimenta tus ganas. Se llena la cabeza de filamentos sentimentales para luego vomitarlos en tus oídos.

En sus entrañas no existe la vida, solo el deseo. Se burla de las curvas y permuta las emociones, según le convenga. Está lleno de pus, de ese que apesta tu alma con un suspiro y te causa flatulencias multicolores al hablar.

Sopla en huesos ajenos hasta que truena sus tuétanos, y, como siempre, recibe un golpe y luego viene hacia mí buscando consuelo.

Ríe, llora y murmura hipocresías para que lo amen piadosamente. Nunca cambia. Dice que lo hará, pero al ver un esqueleto rebosante de tendones, se propone un nuevo reto. Repite los mismos versos. Eso la excita de sobre manera.

¡Grita por lujuria y no se conforma con amor!

Escúpele en el rostro y veras como se desnuda sin recelo. Gemirá como brisa ante tu sexo, aún cuando no pueda llegar a su cuarto menguante. Seguro se tragará la espiga de tus nervios y engullirá la semilla, con la ilusión del fruto manjar que nunca tendrá. Que no te extrañe si esto lo hace gritar lleno de desesperación por la historia que se repite.

Imagina un triángulo entre tus sesos y entonces te diré que ya devoró tu corazón.