-Y vos no te movai de ahí…– me había dicho el Chende. Le hice caso porque el colorín ese es más grande que yo, vive en mi pasaje y tiene malas pulgas. Todo porque es hijo de quien compró las camisetas nuevas del Club.
Opté por copiar sus movimientos. Si él subía: yo subía; si bajaba: yo bajaba. Me mantenía casi a su misma altura. Dentro, la cancha se siente enorme y la posición que uno ocupa en ella cuando la pisa por vez primera no se cacha ni viendo hartos partidos por la tele, ni escuchando a los que saben en la radio o en las parrandas. Uno se pierde, no hay más qué hacer que mirar para todos lados y si tienes suerte que el balón corra por tu lado puedes (acaso) entrar a recuperar la plata que pusiste para la camiseta y la levantada temprano. Con tal de no llevarme mal con el Chende, quien jugaba cargado un poco más hacia el centro pero al lado mío, le cedí la mayoría de los balones.
En esas canchas de tierra donde por milagro de pronto asoma una champa de pasto, la pelota suele tener vida propia saltando para todos lados, y el tropel que le sigue con pirañezca hambre de gol hacia mi arco, carga con una fama de cuchilleros que no hace más que aumentar todos mis temores y debilidades de flacucho bueno para la pelota pero en la escuela o contra cabritos chicos de la población, pero que frente a tipos que vienen jugándose los puntos vitales del campeonato a toda costa, no importándoles quiénes van a parar con tibias y peronés a la Posta quebrados a la usanza de los vikingos, con tal de volver a sus terruños a celebrar una victoria y no a rajar las cajas de vino de una derrota que los nuestros les propinasen no sin escándalo, pues mi pierna carece de la personalidad que se estila para esos casos, lances en donde todos los partidos parecen clásicos de barras bravas y a muerte.
Ese día me pusieron en el segundo tiempo por el Toscano quien era el que corría más rápido en la cuadra cuando jugábamos al pillarse. Nunca lo pude alcanzar, aunque entre los míos estuviera la Gloria mirando. Cuando ella miraba yo corría pero muchísimo más rápido, jugaba más valiente y payaso en la escuela: me lucía. Ella decía que yo era el único que podía alcanzar al Toscano, entonces, me largaba hecho una moto a pillarlo. A tratar de pillarlo…
Me encomendaron no dejar pasar por ningún motivo a un chascón desastrado que desbordó siempre que quiso por la banda del Toscano, y quien era el causante de llegar hasta el corner y lanzar centros peligrosísimos que habían hecho pasar papelones a nuestra retaguardia. En el segundo tiempo también entró el arquero de reserva, porque el titular salió tras haberle largado el tremendo garabato a don Melitón, nuestro atribulado entrenador que perdió la compostura luego que el árbitro indicara que el primer lapso había concluido inmisericorde con los nuestros, dados la goleada en contra y la tracalada de tarjetas amarillas que coleccionábamos. Tremendo desafío para mí: entrar a revertir el numerito que nos estábamos mandando en nuestra propia cancha. El chascón se las tenía que ver conmigo, vengaría a mi amigo Toscano, evitaría que la debacle siguiese su progreso, le dedicaría el triunfo a la Gloria que entumida miraba súper arropada al lado del puesto de los choripanes de su mamá, doña Ester, quien con su lenguaje algo florido y su vozarrón de feria libre me tiraba tallas con su hija que siempre me hacían tropezar con algo.
La cosa se venía seria porque los contrincantes, apoyados en el marcador, empezaron a jugar de lujo y como iluminados. Los primeros diez minutos no toqué la pelota. Para despejar se me adelantaba el Chende y yo hacía como que corría esforzado, iba a los cabezazos en pelota dividida con el Chascón. Esos diez primeros minutos tampoco el chascón pasó por mi banda, pero porque la pelota rara vez llegaba por esos pagos de Dios. En esos diez primeros minutos mi equipo nunca me dio un pase para proyectarlo al ataque. “Vos no te movai de ahí…”, empezó a pesarme en mi conciencia un ansia de rebelión contra el colorín, porque no jugaba ni dejaba jugar, como el perro juguetón del hortelano. Y bueno, al Chende, que jugaba cerca de mí, al menos le dejaban el honor de los tiros libres.
-Ya pues, mijito, póngale color… - me apabulló doña Ester, y yo con mi subir y bajar a imagen y semejanza del Chende, de pronto veo venir una frenética carga polvorienta de mi equipo que viene desde nuestra herida defensa y justo por mi sector.
Dije esta es la mía, y me muestro para que el central me dé el pase cuando éste me grita desesperado que salga del medio dándome a entender que me pasaría de largo. Con mi afán justiciero de aprovechar de tocar aunque sea un poco el balón y exhibir mis dotes de futbolista a la Gloria de mis sueños, a doña Ester y a don Melitón, nuestro líder que tuvo a bien incluirme en el equipo, no sólo no me quito del camino de mi compañero sino que salgo a quitárselo para luego apropiarme de la carga hacia el arco contrario. Pero al tiempo de acometer mi poco feliz acto, el chascón me madruga cuando me doy la media vuelta de rigor, se lleva la pelota al corner de mi banda, centra y nos hacen el quinto gol, mientras recibo toda clase de insultos, destacándose el claro timbre de mezo soprano de doña Ester.
Cuando mi equipo partió nuevamente desde el círculo central en pos del empate, yo miraba desde la banca al lado del Toscano, porque pusieron al Chico en mi puesto. Aprovechando que los demás estaban ocupados planeando estrategias nuevas, lanzando pullas al árbitro, arengando al Chende que iba a servir un tiro libre prometedor, agarré mis pilchas y volví a mi casa. Creo que la Gloria tampoco se percató de mi ausencia. Esos diez primeros minutos fueron mis únicos diez minutos…
Aquella mañana demás está decir que perdimos, pero el Club perdió un esforzado jugador. También el país se libró de un atleta entusiasta que se la jugaría a fondo con tal de laurearlo de victorias. El planeta ya no contará con saber cómo juego al fútbol, mis recursos, no conocerá mi magia con el balón, no sabrá de cómo fue que me convertí en un crack, a pesar de mi humilde origen.
El universo…, pues, no estoy tan seguro… A lo mejor el universo me reserva la Gloria…
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