Son las 11:45. Mi pierna no para de sangrar y algún idiota ha tocado el timbre, me levanto, cojeo, tropiezo, maldigo y llego. Abro la puerta, y es ella. Para variar habla y habla sin decir, entra y se horroriza por mi pierna.
- ¿Qué te pasó? - dice como si hubiera explicación. Desperté esta mañana destrozado navegando en mi sangre, me puse de pie y me mareé. Caí al suelo, me arrastré y volví a dormirme.
- Así está bien - dice ella satisfecha. Me ha vendado la pierna y ahora se acerca a la ventana, la abre, aspira algo de aire y se va.
- Iré a buscar a Tirsa - anuncia antes de cerrar la puerta.
Recuerdo que cuando llegó ya llevaba horas semiconsciente contando los minutos mirando el reloj de péndulo, justamente pensando en Tirsa. ¿Por qué le dirán Tirsa? ¿No es un nombre romano? Quizá otra particularidad de ella. Tirsa todo lo comprende y tal vez hay una razón a su nombre.
Tirsa abre la puerta de golpe, está jadeando, ha corrido por las escaleras.
- Me dijo que estabas sangrando... te ayudaré... – dice cerrando la puerta suavemente junto con las ventanas y las cortinas.
- ¿Por qué te llamas Tirsa? - pregunto inconexo como siempre.
- Por mi sed - dice, y callamos largo rato.


Son las 1:32, y Tirsa no habla, ha apagado las luces, encendió algunas velas lejanas, buscó mis papeles, los leyó, los gritó, pidió explicaciones a Dios y luego se echó a llorar. Aún lo hace.
- Tirsa, ¿por qué lloras cada vez que lees mis poemas? Yo no quiero dañarte, a cualquiera menos a ti. ¿Acaso entiendes más que yo lo que escribo? – digo lentamente, y callo.
- Eres tú el que llora, tú escribiste – dice mirándome a los ojos - . Te has adentrado en tus laberintos, ahí donde eres solamente humano, por eso, has escrito dolor de humanidad no exclusivamente tuyo, pero eres solamente tú el que llora... – agrega, y me abraza como si me protegiera.
- Y entonces, ¿por qué sólo tú comprendes? ¿por qué te preocupó tanto que yo sangrara? ¿por...
- Calla – me interrumpe - . Que tus preguntas no sean saetas, procura. Aun que suene estúpido, yo te entiendo porque me amas. Tus poemas son gritos de auxilio, son tu interioridad lanzada al infinito inconscientemente y por causa de tu amor, hacia mí. Sin saberlo, cada frase inconexa a tus ojos fue escrita por ti para traerme algo a la mente, algo imprescindible para entenderte por entero y por eso soy yo la que sabe más, simplemente porque lo escribiste para que yo lo leyera – me dice al oído.
Tirsa me ha destrozado. ¿Qué relación existe entonces entre el que yo escriba lo tan hondamente propio como para que sea de la humanidad y que a la vez esté dirigido sólo a Tirsa? ¿Acaso es que mi humanidad escribe no a sus variables de persona individual sino a su esencia humana?
- Gracias, te amo – me dice, y se levanta. Me mira desde arriba, pensativa - . Obviamente esa sangre no es tuya.
Acabo de despertar. Aún no amanece y la lluvia juguetea con nuestra materialidad que aprisiona. Tirsa dibuja en la pared, está inspirada, poseída por su interior. Raya el muro con un lápiz en cada mano, grita, canta, recita mis escritos mezclando los idiomas, baila con el aire. En medio de su ingravidez se va formando un paisaje desolador en el muro. Grita, grita, lanza los lápices, los muertos van adquiriendo sus matices, me acerco, ella danza incandescente, el cielo pierde su bondad, ella llora y se desmaya. La tomo, intento levantarme, la llevo lentamente a la cama. Todo está oscuro, y sólo se divisan las cosas por un reflejo azulado, pareciera que hay niebla aquí dentro. Mientras Tirsa duerme, me siento en el suelo y miro a las velas agonizar su luz. Pasa el tiempo. Tirsa jadea, dice cosas ininteligibles, y ya amanece. Tirsa llora, Tirsa culpa, ya no puede respirar y desaparece. Las luces se apagan, Tirsa se ha ido de nuevo.