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El siguiente relato está basado en una historia que me contaron alguna vez en un descanso
entre clase y clase, cuando estaba en la preparatoria.

1987. Sur de la Ciudad de México.

I

Como todas las tardes, desde meses atrás, la joven pareja caminó fuertemente abrazada por la calle angosta que daba a la cerrajería. Algunos árboles de limonero daban ya flores. Otros se empezaban a llenar de pequeños gusanos azotadores que llegaban a poblar algunas paredes tabién, y había que caminar con cuidado para no rozarlos con los brazos desnudos.

La mochila de Marcelo, de tirantes, tenía un cierre entreabierto y por ahí se salía la punta gastada y mugrosa de un Trapper Keeper. Al caminar el muchacho, se oía en el interior de su bulto el chocar incesante de muchos lápices, plumas y objetos indistintos. La mochila de Viviana era más como una bolsa que se colgaba del hombro. De ella salía la punta de una regla-T, y también se notaban en la tela las vagas formas de cuadernos y libros. Ninguno llevaba uniforme, pero los dos vestían de forma similar, con jeans y camisetas blancas, y los dos traían un suéter. El de Marcelo, amarrado de la cintura, y el de ella mal puesto, con los hombros caídos.

Se detuvieron en el estanquillo a comprar refrescos, cigarros y dulces. Mientras esperaban el cambio se dieron varios besos, atascados y salivosos, que hicieron funcir el ceño del dependiente del estanco. "A nadie le gusta ver a las parejas besarse, es incómodo, no importa que sea común. Es una niña, y él apenas un mocoso", dijo la abuela del tendero desde su oscuro rincón al fondo de la tienda, donde tejía, cuando los enamorados se marcharon calle abajo.

Llegaron a la casa de fachada mal pintada. Ella abrió con una llave que colgaba de un descomunal llavero de Hello Kitty. Al entrar los recibió el silencio, y el fresco de la sala que tenía las cortinas cerradas. Viviana gritó un par de veces hacia la cocina y hacia el piso de arriba para asegurarse de que no había nadie. Hecho esto, corrió a los brazos de Marcelo, quien la recibió con besos desesperados, y un par de manos que rápidamente despojaron a Viviana de camiseta y jeans a media sala. Hicieron el amor sobre el sillón grande, ella gritando "te amo, te amo", y jadeando ruidosamente mientras apretaba la manta de vuelitos, que usualmente cubría el sofá, con las manos apuñadas; él luchaba desesperado por aguantar un poco más, solo un poco más, hasta que, con un suspiro ronco, descargó todo su deseo en ella. Se miraron a los ojos largo rato, su silencio apenas herido por el tráfico de la avenida lejana que se colaba por los vidrios enpolvados, tras de las cortinas.

Semidesnudos, comieron jamón, pan y fruta del refrigerador, y vaso de refresco en la mano subieron a la recámara de Viviana. Allí hicieron el amor de nuevo, dos veces, una en la cama y la otra en el piso. Viviana le dijo a Marcelo cuán feliz era, y cuánto lo deseaba, desde que amanecía, hasta que se iba a acostar. Él por su parte le dijo que estaba muy enamorado de ella, que no quería separarse nunca de su lado, y que la amaba, que la amaba mucho.

Ella fué al baño, que estaba en el mismo piso, entre las dos recámaras. "Otra vez no usamos condones", le gritó ella. "Lavate bien", le dijo él. "Mi amor. Tenemos que cuidarnos más". "Si Marce, pero es que me apasionas, no sabes lo rico que siento cuando me haces el amor" respondió Viviana mientras llenaba un douché con agua tibia, aún sentada en el inodoro.

A las 4:25 Marcelo salió de casa de Viviana, y corrió rumbo a la avenida, al norte. Los padres de la muchacha regresaron del trabajo 10 y 15 minutos después, respectivamente, y encontraron a la chica haciendo una tarea sobre la mesa del comedor, con el radio encendido y a todo volumen.

II

Viviana bajó de su clase de Historia Universal para encontrarse con Marcelo, quien la esperaba sentado en una de las muchas jardineras cúbicas del amplio patio entre los edificios B y C. El muchacho fumaba, aparentemente despreocupado, pero su mirada estaba nublada, y las axilas de su playera estaban sudadas.

- ¿Nada aún?
- Me dió un dolorcito hace rato, pero no era nada.
- Carajo. Es que ya son casi dos semanas. Tu me dijiste que seis dias era lo más que te retrasabas.
- Pues si, pero ya te dije que eso no lo puede una saber así nada más.
- Vamos al super y compremos una prueba.
- Hoy está mi mamá en la casa todo el día. No hay manera de hacerla ahí.
- En la mía siempre hay alguien. Este... que tal que te la haces aquí, en el baño.
- ¿estás loco? No, aquí no hago nada. - Y empezó a hacer pucheros, apenas aguantando el llanto.
- Ya Vivi, ya. No llores. Comprémoslo y lo hacemos mañana si quieres. Sirve que esperamos otro día - Se abrazaron nerviosos. Una maestra de mirada torva se les quedó mirando mientras caminaba a su salón.
- Y si estoy embarazada ¿qué?
- No se, no sé. No quiero ni pensar eso. ¿Ok?
- Marcelo, yo creo que si estoy, tengo mucho miedo.
- Ya. Ya cálmate, vamos por un jugo o algo, ¿si?

La noche pasó. Los padres de Marcelo interrogaron por la mañana al muchacho, acerca de su semblante pálido, su repentina falta de apetito y su mirada perdida.

- A mi no me engañas, Marcelo. Una de dos, o estás tomando drogas o esa muchacha está embarazada.

Marcelo no dijo nada, solo balbuceó unas disculpas y fué al baño, donde luchó varios minutos por contener la náusea.

A las 2:35 de la tarde, la prueba tópica de embarazo comprada en Aurrerá declaró que Viviana estaba embarazada. Tras del natural susto, la pareja de adolescentes discutieron muchas horas las posibles soluciones al problema. No encontraron ninguna. Marcelo tuvo que irse de nuevo a casa a las 4:20.

III.

Maria Eugenia era una muchacha que se consideraba la mejor amiga de Viviana, aunque realmente no había entre ellas gran comunicación. A veces platicaban después de clases, e incluso llegaron a hacer trabajos de la escuela en equipo, antes de que Viviana empezara su noviazgo con Marcelo. Viviana le confió su problema a la chica de rostro tranquilo, ojos claros y cabellos negros y lacios, siempre amarrados en una cola de caballo. Esa ocasión platicaron casi dos horas.

- Ok. No te apures. Esto es lo que vamos a hacer. Vámonos a mi casa y allí te voy a dar una pastilla que me rolaron. Sólo tengo dos, son para emergencias como esta. Pero no te preocupes con una basta.
- Pero... ¿qué me va a pasar?
- Pues no se realmente. Se supone que te debe de bajar ese mismo día, según me dijeron.
- Son ya tres meses, Maru. Esto ya está desarrollado.
- Mira, te vas a sentir mal un par de días, eso si, pero me dijeron que no es peligroso. Solo que eso sí, comprate de las toallas grandes.
- Le voy a avisar a Marcelo. Si me siento mal , que él pase por mi para llevarme a un doctor.
- Porqué no le cuentas a tus papás, Vivi. Mira, es mejor...
- Me matan Maru. Tú no tienes idea. No tienes idea - y empezó a sollozar de nuevo.
- Ok. Pues lo que sea que caiga. Vámonos de una vez, ahorita no está mi mamá.

Viviana llegó a su casa bastante mareada, y sudorosa. Su madre abrió la puerta y se dió cuenta de la situación. Viviana le dijo que algo le había caido mal en la escuela y que solo necesitaba ir al baño.

- Te he dicho mil veces que te lleves comida de aquí. Afuera de la escuela solamente venden porquerías, Viviana.
- Sí mama.

Corrió por las escaleras. Sentía un sudor abundante en la espalda, y las piernas le dolían tanto que se mordió una manga del suéter para no gritar. Se encerró en el baño sin saber lo que iba a pasar, en un estado de absoluto pánico.

Un cólico espeluznante la hizo caer de bruces en el piso del baño. A duras penas se levantó para sentarse en el inodoro mientras se quitaba la pantaleta, que resultó estar empapada ya en sangre.

Mientras enjuagaba el panti , torcida hacia el lavabo, con la vista nublada y los oidos zumbando, haciendo un esfuerzo para no llorar a pesar del nudo inmenso que le apretaba la garganta, podía sentir como se vaciaba en el agua del indodoro, casi incontrolablemente.

Tomó con grandes esfuerzos una toalla para las manos. La empapó en agua caliente y la mordió. El dolor era más de lo que podía soportar, pero la asustaba mucho más el que se dieran cuenta sus padres, que platicaban abajo viendo la televisión.

Viviana sintió que la hemorragia paraba un poco. Respiró proundamente y rezó para no desmayarse. Sintió sin embargo que se quedaba profundamente dormida. Abrió los ojos. Vió su reloj. Habían pasado casi diez minutos desde que se metió al baño.

Su madre tocó a la puerta. "Viviana, estás bien mija?, déjame pasar porfa". Viviana pasó un trago de espesa saliva y contestó con voz calmada. "Mami, es que tengo mucha diarrea. Pero estoy bien. Ahorita salgo". La madre de Viviana se alejó diciendo que prepararía un té y un alka seltzer.

Algo no se sentía del todo bien. Era como si un gigantesco pedazo de papel húmedo le estuviera obstruyendo la vagina por dentro. A pesar de ver ya doble y de no oir bien, Viviana tomó valor y metió su mano entre las piernas. No tuvo que pensar mucho para deducir lo que pasaba. Tomó la toalla con las manos ensangrentadas y la mordió de nuevo. Abrió la llave del agua para disimular sus gemidos ensordecidos por la felpa.

Lo sacó al fin. Era rojo, viscoso, y de algún modo, muy triste. Las lágrimas le rodaban por las mejillas, y le costó mucho volver a meter su mano con aquél contenido entre las piernas. Oyó como salpicó al hundirse en el agua, y luego jaló la palanca del inodoro. Una vez, dos veces. Juntó fuerzas para levantarse un poco y ver si se había ido. Gritó al ver que toda la taza estaba salpicada de rojo intenso. Luego comenzó a balbucear repetidamente "Marcelo, ¿dónde estás?, ¿dónde estás?". Con la toalla de manos empezó a limpiarse las piernas, las manos y lo que notó manchado a su alrededor

Su madre tocó de nuevo. Exigió abrir. La chica, demasiado débil para hablar, acertó a ponerse sobre las piernas la toalla grande que colgaba del toallero enfrente del inodoro, y dejar que su madre abriera la puerta con una llave.

- No te veo, mija, no te veo para que no te de pena, no te preocupes, pero porfa tómate esto aunque estés ahi -Dijo la mujer, medio cuerpo dentro del baño, volteando el rostro hacia la pared junto a la puerta y metiendo a tientas un brazo, la mano sosteniendo una taza de té caliente- Vamos a ir al doctor, tu padre ya está calentando el auto.

Viviana susurró "Mami, mami, no quiero ir al doctor", pero entonces sobrevino otro cólico muy

Texto agregado el 07-07-2005, y leído por 223 visitantes. (1 voto)


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