Herzog camina, va
camina,
camina.
Cruza una avenida y continúa,
luego otra,
y otra,
una tercera avenida, una cuarta, una quinta avenida
y sigue caminando hasta alejarse de todos.
Herzog camina tanto que ya se ha hecho la tarde
y lentamente cae el sol,
a lo lejos.
Lo vemos: camina.
Vemos que pasa, vemos que se aleja.
Pero nunca sabremos a donde está yendo.
Sólo vemos que se aleja, o que se acerca, porque como es obvio,
cuanto más se acerca uno a algo, más se aleja del resto.
Herzog camina alejándose y acercándose cada vez más.
Ahora es un cuerpo pequeño cruzando un terraplén, escampado, sin casas.
No sabemos dónde va,
lo que sí sabemos es que pronto
caerá la noche helada sobre su espalda.
No hay ningún resguardo,
ninguna certeza,
solo la noche inevitable,
mientras Herzog camina hacia ella, sin reparo.
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