El Testigo
A José Manuel Parada.
En estos años había tomado declaración a cientos de testigos parciales. No existía un testigo de esas muertes, y él, desde el corazón de la Iglesia, había convertido a la Vicaría de la Solidaridad en un aparato de inteligencia que investigaba a los organismos represores del régimen: El ratón tras el gato.
Cada caso entregaba una nueva pista. Pero le interesaba el que estaba detrás, el Jefe. Y no bastaba con saber nombres, sino que conseguir pruebas suficientes para cuando llegaran tiempos de justicia.
Aunque temía por su familia, no le asustaba desafiar la muerte. Rogaba que apareciera un valiente testigo. Un caso que diera inicio a los juicios por tanto crimen, con pruebas incontrarrestables de la barbarie Un testimonio, que de una vez por todas removiera las conciencias, sacudiera los somnolientos escritorios de la Corte Suprema, y agitara las plumas de la amordazada prensa.
Día a día unía las pistas, los nombres, los lugares de detención donde desaparecían testigos y víctimas. Cada día un avance, para cada noche volver a su casa sin un papel que delatara su misión, pero con los muertos alojados en su cabeza.
El día que lo detuvieron no hubo sorpresas. Conocía los procedimientos. Los ojos vendados, los golpes: Y de ahí, registrar cada detalle, cada sonido, cada parada del vehículo, calculando los metros recorridos, los crujidos de puertas, los escalones. Se concentró en completar la última pieza del puzzle policial, con la certeza que no saldría vivo, pues, no lo interrogaban, sólo lo torturaban. Después de horas de golpes, lo hizo volver en sí el olor del campo, el sonido de los grillos que se filtraba entre los insultos. Arrodillado en la tierra, sin la venda, pudo ser testigo del rostro, del cuchillo y del degollamiento de dos compañeros. Al llegar su turno, sonrió, pensando que su muerte y sus pruebas se convertirían en el testigo inesperado.
|