Las estrellas iluminaban la noche desde desde el infinito. La paz era absoluta, hasta los grillos y los sapos guardaban silencio agobiados por el calor.
En la cabeza de Ernesto sólo resonaba una melodía:
"... ojalá pase algo que te borre de pronto,
una luz cegadora, un disparo de nieve,
ojalá por lo menos que ..."
Sonaba permanentemente. Con más o menos fuerza, según los esporádicos embates de alguna historia aguardando a ser narrada. Pero, poco a poco, la melodía en su mente, sin saber cómo, cambio. Él ni siquiera lo notó, le resultaba tan natural como la primera.
"Cariño, cariño mío
no hagas caso de la gente
que es más chiquitito el río,
que es más chiquitito el río,
que el rumor de la corriente"
Y sintió un irrefrenable deseo de seguir el mandato de esa voz en su mente. Casi como un autómata, se largó a cruzar el rio. Tan automáticamente que después de haberle llegado el agua al cuello, notó que en una roca que asomaba cerca de la orilla opuesta, La Parca decía:
"Cariño, cariño mío
no hagas caso de la gente
que es más chiquitito el río,
que es más chiquitito el río,
que el rumor de la corriente" |