Ella levantó su mirada, y después de tanto tiempo tomo fuerzas para decirle:
No puedo callar más, sin darme cuenta, sin querer aceptarlo, hace mucho tiempo descubrí que eres todo lo que alguna vez soñé… aquel hombre ideal que anhelé desde pequeña, aquel “príncipe azul” que imaginaba al leer cuentos de hadas, eres todo lo que buscaba… pero, a pesar de la perfección de tu ser, existe un grave problema: la dueña de tu corazón no soy yo.
Piensa:
Qué difícil es esperar a alguien sin tener en claro quién es, pero es más complicado cuando esa persona llega, te das cuenta que es el indicado, pero… lo siento, está ocupado.
Nuevamente, inclina su cabeza y con la mirada fija en el suelo comienza a caminar, sin mirar atrás, sin decirle adiós, pero con la firme convicción de que es la última vez…
Él observándola con detenimiento por unos segundos, da media vuelta y se marcha pensando:
Alguna vez te amé, quise estar a tu lado pero no pude romper el silencio, nunca me atreví a decirte lo que sentía porque pensaba que jamás me ibas a corresponder, tu indiferencia me mataba, decidí darme una oportunidad con otra persona, con alguien que se aventuró a expresar lo que sentía, a decirme un “me gustas”, a demostrarme que le interesaba...
A pesar de la amistad que los unía nunca fueron capaces de ser sinceros el uno con el otro, de manifestar sus sentimientos, de arriesgarse en el amor… optaron por continuar amándose en silencio.
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