El olor del perfume la hizo sonreír. Le recordaba momentos alegres en compañía de su esposo, quien se lo había regalado. Se acercó a él y lo abrazó.

El olor de su pelo lo hizo sonreír. La cercanía de ella siempre lograba ese resultado.

Si el coche al que subieron tenía algún olor ninguno de los dos lo percibió, su atención estaba en el lugar a donde se dirigían. Su vida juntos podía ser contada a través de los aromas. El del café de la mañana que los ayudaba a prepararse para el día y el de las sábanas planchadas que los confortaba para dormir por la noche. El del campo mojado por la lluvia que respiraron tomados de la mano un fin de semana y los de la cena que tomaron más tarde. Con menos gusto recordaban el olor de las lágrimas causadas por las discusiones ocasionales, pero eran los olores atados a los buenos momentos los que perduraban. Entre todos los olores, el que recordaban con más gusto era el de las flores de la iglesia de la que año y medio atrás habían salido rodeados de caras sonrientes.

Las horas siguientes fueron de sudor, de alcohol y desinfectante pero ellos buscaron los aromas grabados en sus mentes y con ellos los recuerdos de las alegrías que los habían llevado hasta ahí.

Pasado mucho tiempo que pareció incluso más largo, Santiago llegó, cubierto de pies a cabeza en una sustancia que despedía un olor que sin haberlo ninguno de los dos olido antes, ya encontraban a que estaba ligado. Sin limpiarlo, el médico lo posó con cuidado sobre el pecho de su madre. Ella volteó hacia su esposo, su cara se había transformado y mostraba una dulzura como nunca antes.

"¿Lo reconoces?" le dijo.

"Sí." contestó él.

Los dos sabían de que estaban hablando.



Era el olor de la felicidad.



(Se agradecen votos/comentarios. Gracias, Luis)