Su confuso sentido de la realidad lo hacía ver extraños animales emergiendo de la piel de sus brazos, escuchar extraños ecos internos, tener pensamientos sicodélicos.

Los enmarañados cabellos de Ricardo casi no dejaban ver esos ojos huecos, que no comunicaban nada. Acurrucado sobre un frío catre se pasaba los días y noches, envuelto en su mundo esquizoide.

Su madre sabía que el límite entre la cordura y la insanía era una línea delgada, casi punteada, que a veces podía tener una elasticidad increíble. Nadie mejor que ella que había creido perder la razón por alguna desdicha sentimental de juventud, de confusión de identidad, o a veces por tonterías como perder sus anteojos.

Pero aquello era peor. Ver a su antes pequeño hijo convertido en un guiñapo humano, con una mente confusa, antes de brillante lucidez e IQ altísimo, era terrible para una madre.

Muchas veces le habían aconsejado a Ricardo no sumergirse tanto en el trabajo, prácticamente había trasladado su casa a la oficina. Allí podía permanecer horas de horas, entre papeles, computadoras portátiles, palmtops, celulares y reuniones. Había recibido invitaciones de sus compañeros de trabajo para ir al cine, a cenar o aunque sea a caminar por el parque. Pero él no se creía bueno con las personas, era frío con sus empleados, y no dudaba ni un solo instante para despedir a alguien por una falta insignificante. Sin embargo, eso para él era perder el tiempo, Novia? Matrimonio? Gimnasio? Ni hablar. El debía sentirse útil y el lograr obtener algún proyecto, cerrar un contrato, o conseguir un millonario cliente, llenaba su vida, como nadie ni nada lo había hecho antes. No tenía siquiera un pasatiempo, para lo único que se levantaba por las mañanas era para sentarse frente a la computadora y trabajar para llenarse los bolsillos.

Pero una mañana cambió su vida. Apenas abrió los ojos, el mundo no era el mismo, él no era el mismo de la noche anterior. Le costaba entender lo que decía el conductor de su programa favorito de la televisión, de corte económico y político.

De ahí la caída en picada fue rapidísima. Pasados dos días, su madre lo encontró en posición fetal, tirado en el piso, embarrado por sus propias heces y orina, con una mirada vacía y los brazos con llagas abiertas, producidas por arañazos continuos.

Desde hoy ya no es su oficina su hogar, ahora lo es un cuarto más parecido a una celda, una blanca habitación de 3 x 3, un cocktail de coloridas pastillas al día, la visita constante de su madre que sólo se dedicaba a mirarlo, pues no podía entablar ningún tipo de comunicación con su hijo. Si antes Ricardo no era bueno con la gente, ahora los entes que lo acompañaban podían convertirse y hacer lo que él quisiera, ser pequeñísimas arañas que emergían por entre sus dedos o mostruos gigantescos que llenaban toda la habitación.

Ni los mejores siquiatras pudieron explicar por qué Ricardo perdió la razón. Fue su alto nivel intelectual? Su desapego social? El stress del trabajo? Qué chispa lanzó al vacío a Ricardo?

Pero Ricardo ahora se sentía completo dentro de su paranoico y aislado mundo extraño. Su felicidad ahora era plena. Era él de nuevo.

Eso era lo inexplicable.



Texto participante en el concurso de lo malo lo peor.