(comentario de: "Sex and temperament in three primitive societies" de Margaret Mead)
Mead observa en su documento la forma en que una cultura puede moldear detalles de la vida que antes nos parecían universales. Para ello nos muestra el ejemplo de tres pueblos: los arapesh, los mundugumor y los tchambuli, en donde podemos constatar de qué manera su entorno les condiciona a pensar de formas muy distintas a las que tenemos por costumbre. En el caso de los arapesh se observa cómo tanto el hombre como la mujer adquieren un rol similar de cuidado maternal con los hijos; actitudes "femeninas" por defecto a nuestra comprensión, cooperativas y pacíficas, a la inversa de los mundugumur en donde ambos sexos se presentan de una forma que nosotros calificaríamos netamente como propia de los hombres. También se muestra el caso de los tchambuli, en donde los roles de acuerdo a nuestros estándares están invertidos: la mujer es la de sentimientos fríos y el hombre es el emotivo y dulce (podemos mencionar como dato aparte el fenómeno de la covada, en donde el hombre adopta la postura de la mujer ante el embarazo por razones sociales). Estos contrastes nos ponen en evidencia la forma en que la cultura opera en detalles de nuestra vida cotidiana, o nos moldea de manera tal que términos como "adaptación" o "desadaptación" quedan subordinados a un contexto local y nunca universal, problema que se suscita cada vez que se intenta el estudio de otras formas de vida, en donde la metodología a usarse nunca debe ser estandarizada, o a la espera de encontrar ciertos patrones que nuestras propias concepciones nos propician como tales, sino frágil al contexto en donde se realiza el estudio, atendiendo particularmente detalles que cada una posea, y entendiendo, siempre, que las culturas son diversas. Un ejemplo que viene a confirmar la idea de que no existe una sola tradición cultural es el hecho de que algunas sociedades africanas no considerasen la adolescencia como una etapa de la evolución de la personalidad, o bien de que recién en el siglo XVIII se tomase en cuenta a la niñez como un momento distinto de la adultez, fenómeno que venía reincidiendo en el trabajo infantil, por citar, y que además muestran cómo las tradiciones culturales tampoco se mantienen estáticas.
Mead concluye del estudio de los tres pueblos que los atributos de sexo, masculinos o femeninos, en ninguna medida vienen determinados por aspectos no controlados por el hombre, como la selección natural, sino que siempre están supeditados a la conformación de una cultura que nos afecta profundamente desde decisiones tan comunes como la elección de la ropa, hasta las más profundas, como qué modelo de vida seguir o la edad promedio para casarse (alguien diría que en estos tiempos ya nadie se casa a los 20), o bien nuestras concepciones sobre el bien el mal, o los juicios de valor. Como ejemplos estos hechos nos ilustran lo profundo que puede llegar a calar la cultura en el acervo que asumimos al formarnos como sujetos pertenecientes a una sociedad específica, considerando siempre a la diversidad como un factor trascendental a la hora de comparar o asumir "esas distintas realidades", además, por medio de ésta se explicaría la gran multiplicidad de la conducta humana.
Aun cuando Mead prima la cultura por sobre la biología, explica que no se debe descartar la influencia que ésta presenta, si bien lo hace siempre estipulando que estas características innatas serán moldeables por la crianza, el mundo en donde se crece, los juegos infantiles o diversos aspectos culturales los que modelen y determinen estas conductas, a excepción de lo dicho con respecto a la desadaptación social.
Sobre la inadaptación el artículo analiza cómo este fenómeno resulta tan relevante a la hora de analizar una cultura que condiciona y modela hacía un ideal de participación social, o una forma de pensamiento similar, y también desmiente la idea de que la inadaptación sea "inadecuación" o "mutilación psíquica" tomando como ejemplo a sociedades primitivas, en donde "no se considera que son individuos con ciertas peculariedades los que no logran integrarse". Así, se explica, los inadaptados dependerán y variarán de cultura en cultura, y alguien que en una sociedad determinada es considerado un desadaptado, en otra se encontrará completamente integrado. Una inadaptada arapesh, o sea, una mujer de carácter y poca sensibilidad maternal, sería probablemente un ejemplo a seguir en la sociedad mundugumor, y viceversa. De la misma forma, un hombre que por su fe decida morir y llevarse consigo las vidas de cincuenta personas más, será considerado un fanático religioso y contará con una unánime desaprobación social en occidente, si bien el mismo hecho será elogiado y digno de admiración en culturas orientales, como también ser observa con lo que sucedió con los kamikaze de la segunda guerra mundial. Esta forma de entender la desadaptación social explicaría el por qué de las opciones radicales asumidas por individuos en distinto orden de cosas, tanto positivas como negativas (dependiendo del enfoque), ya que si bien el nazismo es considerado por nosotros como la encarnación de la aberración humana, para la cultura alemana de 1930 significaba el punto álgido y el apogeo de la civilización. Todo este planteamiento descarta la posibilidad de que los desadaptados sean distintos por carencias físicas o mentales, ya que su "rebeldía" ante una sociedad formadora se explicaría más bien entendiendo una naturaleza innata distinta, como sería la de un hombre dulce y cordial en la cultura mundugumor.
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