DEMASIADA REALIDAD (III)
Para Andrés del Bucle
Restaurado ya a la realidad comienza a gestarse la coda.
Camino como hormiguita entre mis hermanas para camuflarme lo mejor posible y evitar así preguntas de esas que sonrojan y hacen tartamudear. Camino rápido, muevo las patitas, toco presto las antenas de la que se me cruza sin dejar de avanzar. Cruzo una, dos, tres calles y llego a la Primera Notaría de la Tarde con fe en que los Señores Notarios, en su calidad de seres suprahumanos, no necesiten almorzar como el resto y así puedan atenderme.
(Paréntesis: nunca he entendido por que los servicios cierran siempre en horario de almuerzo, cuando es evidente que esa es la única hora que tienen las hormiguitas para utilizarlos, y mucho menos que esta extraña costumbre se haya perpetuado por tanto tiempo)
La Primera Notaría de la Tarde me recibe con puertas abiertas y secretarias sonrientes:
-Buenas tardes - me dicen
-Buenas - respondo
-Qué desea? – tan amables
-Legalizar – conciso
-Lo siento, ya cerramos – con sincera tristeza
-Y por que no me dijo eso desde un principio – con estupefacción creciente
-Volvemos antes del té – con alegrías renovadas
-Hasta las...? – con más voz que ganas
-Hasta las! – con sano optimismo
-… - solo observo
-Hasta después del té caballero, hasta luego. – cayó la máscara.
Salgo con paso de oveja para dirigirme a la Segunda Notaría de la Tarde. Paso junto a una joven que escucha los consejos de un conserje, que le dice “entonces usted dobla y ahí leerá Segunda Notaría de la Tarde”. Descubriendo semejante competencia apuro el paso y efectivamente, siguiendo el consejo robado, descubro al doblar la mentada oficina.
Un cartel anuncia “Atención Continuada, Que Alivio Para Usted”. Entro sin más. Miro el Turn-O-Matic. Dudo. Estiro la mano y asomo un número. No me gusta y lo dejo ahí. Busco pantallas que no encuentro. Me siento al tiempo que descubro que mi turno era cuando entré. Una voz me habla desde el otro lado del mesón, dando origen al siguiente telegrama:
Qué necesita. Stop. Quiero legalizar. Stop. No tengo firma hasta las cuatro. Stop. Muchas gracias y adiós. Punto.
Salgo con un gusto a publicidad engañosa en la boca y me dirijo con paso bovino a la Tercera Notaría de la Tarde. A esta ni siquiera entro pues ocurre la siguiente sincronía: al tiempo que entorno los ojos para escudriñar su interior crece en mí el sentimiento pendular de odio y desprecio por la especie humana. Cuando esta sensación llega a su clímax mi cerebro logra interpretar la imagen de una multitud dentro del recinto. Acto seguido giro mi cabeza con una coordinación asombrosa sin dejar de mover los pies abanicando la vereda, lo que me conduce certeramente a la Cuarta Notaría de la Tarde. Entro como viento playanchino y me planto frente a una secretaria. Antes de hablarle me hago la siguiente serie de preguntas:
1º) ¿Estará cerrada la notaría y de alguna forma misteriosa atravesé su puerta clausurada?
2º) ¿El Señor Notario se encontrará presente?. De ser así, ¿tendrá ambas manos, o al menos una, aptas para firmar?
3º) ¿Estará llena la notaría y yo en mi apuro no he visto a nadie?, ¿Será mi turno realmente?
Meneo la cabeza antes de responderme mientras digo:
-Buenas, vengo a legalizar. Esto y esto y esto otro.
-Como no, pase a la fila de su derecha.
Me invade el intenso frío del terror antes de asestar un golpe mortal. Me había puesto a la cabeza de una fila vacía, había recibido una respuesta positiva y había sido redireccionado a la fila contigua, a mi derecha. Lentamente olisqueo a mi derecha, luego miro con prudencia solo para descubrir que soy Católico-Apostólico-Romano, que Dios existe y que en la fila del lado no hay nadie. Con una sonrisa muestro mis papeles seguro de que, en tanta maravilla, la secretaria escuchó, o bien lee mi pensamiento. En cualquiera de los casos solo es necesario mi:
-Hola! – mientras saco los papeles de sus fundas
-No los desenfunde, que se ensucian
Yo obedezco con lágrimas en los ojos. Entrego los papeles. Ella los desenfunda. Ella los timbra. Ella los data. Ella los marca de agua. Ella se los lleva al Señor-Notario-Oculto-tras-Bambalinas. Ella me dice “le avisaré cuando esté listo” y me indica una butaca. Yo acabo de terminar de pensar en sentarme cuando me dice “está listo”.
Recibo los papeles flotando en nubes de algodón de dulce. Tienen la Gloriosa Firma del Notario. Son legales. Los enfundo. Me voy.
Observación: la historia no tenía remate. Fin. |