Esa noche el Capitán Hormiguel, guerrero de las hormigas rojas ubicadas en uno de los jardínes del algún fraccionamiento, caminaba contento en el interior del hormiguero en la seccipón de los obreros. Acababa de regresar del campo de batalla como parte del ejército que venció a las hormigas negras, logrando así extender el poderío rojo. Era una ocasión para celebrar, así que sin pensarlo dos veces se adentro en un bar para obreros.
En el interior, tanto hembras como machos, lo observaban con curiosidad y extrañeza ¿qué hacia un guerrero en esos rumbos? posiblemente era el preámbulo a otra represión por parte de la reina.
- Un licor doble.- ordenó.
- Enseguida señor.- contestó el confundido cantinero.
- Capitán se oye mejor.- corrigió Hormiguel.
- Perdón, enseguida Capitán.
Después de unos minutos el cantinero regresó con una bebida burbujeante.
- Lo mejor de la casa para nuestros
guerreros Capitán.
Hormiguel no pudo menos que sonreír ante el reconocimiento de su estatus.
Sin dar las gracias dejó la barra para dirigirse a una mesa de piedra cubierta por un mantel de hoja de limón. Después de un par de tragos, un viejo obrero lleno de tierra se sentó frente a él sin darle la mayor importancia.
- ¡Oye! - exclamó Hormiguel molesto. - ¿no
ves que ya está ocupada esta mesa?
El obrero lo vio con atención.
- Sí pero hay sillas sobrantes ¿o esperas a
alguien?
Hormiguel sonrió desafiante.
- Creo que no me has visto bien.
Rasgando sus ojos, el sucio obrero lo observó durante algunos segundos.
- Bueno, aparte de los rasguños de tu
cuerpo y rostro no veo más que a otra
hormiga.
Conteniendose ante lo que consideró un claro insulto contestó:
- Estos rasguños OBRERO, -hizo
enfasis en el estatus del viejo obrero - son
las marcas de la batalla contra las hormigas
negras. Una batalla que duró dos largas
semanas y en la que murieron cientos de
guerreros por la gloria de nuestra Reina.
Sin mayor alteración el obrero terminó su bebida y con tranquila mirada contestó,
- Mucho siento la muerte de los que allá
pelearon, tanto rojas como negras, pues al
fin de cuentas todas son hormigas. Estoy
seguro que la gloria de la Reina crecerá.
Ahora dejeme mostrarle algo mi buen
acompañante.
Poniendose de pie pidió a otros viejos obreros que hicieran lo mismo.
- Vea nuestros cuerpos
GUERRERO,
también están marcados pero no por una
batalla de quince días sino por la guerra que
libramos en nuestra corta vida y en donde
miles mueren, no por la gloria de una Reina
sino por la supervivencia de la Colonia.
Haciendo un ademán con una de sus patas delanteras sana, el obrero invitó a que los otros compañeros volvieran a tomar asiento.
- Tal parece - dijo el viejo - que son
ustedes, los de arriba, los que no nos han
visto bien a los de abajo.
Sin decir más, el obrero se retiró dejando atrás a un joven guerrero que buscando elogios encontró la bofetada sabia de aquellos a los que menos valoraba.
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