Para Dé, Haruchan y Nabichan:
musas de diván y correctoras de estilo
I.
Conoce su negocio, sabe lo que la gente busca en su oficina, no en vano dirige la empresa líder en el ramo. Pero no es sólo el perfecto dominio de la tecnología y la calidad de sus productos lo que estimula que las acciones de Antropomorphus Inc. sean bien cotizadas en la bolsa de valores; no, el secreto es que Ariel, quien dirige la compañía, conoce su negocio. Es algo más allá de lo que coloquialmente llaman “marketing”, Ariel sabe lo que la gente busca en su oficina y se toma la molestia de tratar personalmente a cada uno de sus clientes. Y yo soy una de ellos.
Viernes al anochecer, acudo -no sin algo de ansiedad- a la que tal vez sea nuestra última cita. Los colores del cielo son idénticos a los de aquella tarde de jueves en la que nos entrevistamos por primera vez hace poco más de seis meses.
En esa ocasión hablamos durante más de dos horas sobre los aspectos “objetivos” del negocio (dinero, términos del contrato, recursos tecnológicos de los que se echaría mano…); cuando el tema no dio para más, Ariel me invitó a tomar una copa en un salón adjunto a su oficina principal, al cual llamaba -por obvios motivos- la Sala Blanca. Su intención era sin lugar a dudas, propiciar una atmósfera relajada para que, más temprano que tarde, yo terminara dando rienda suelta a mis fantasías, de las cuales Ariel -puedo asegurarlo- tenía una idea bastante aproximada. Estas fantasías fueron el descarado motivo por el cual decidí negociar con Antropomorphus Inc.
- En mi experiencia, Dra. Cadet, he comprobado los beneficios de celebrar un brindis al cerrar un trato.
- Creta, preferiría que me llamaras sólo Creta, eso me hace sentir más... ¿en confianza, se puede decir? – le respondí provocativamente.
- Creta... sí, claro. Vamos por buen camino ¿eh?
Si ya la hermosa caída de su largo cabello castaño me tenía cautivada, sus labios curvados en una sonrisa insolente comenzaban a excitarme. Dúctil arcilla entre las manos elegantes, suaves, delgadas… que de vez en vez acompañaban en exquisitos movimientos las palabras surgidas de esos labios. Ariel no correspondía al tipo de personas con las que suelo relacionarme, pero la seducción era parte de su negocio y yo cedía a la satisfacción de mi búsqueda. Me dejaba seducir.
- ¿Puedo llamarte solamente Ariel?
- No esperaba que fuera de otra forma
- Seguimos por buen camino, entonces.
Aquella vez abandoné las instalaciones de Antropomorphus Inc. ya muy avanzada la noche; cansada, sí, pero satisfecha y feliz. Tenía pocas horas para dormir y cumplir a la mañana siguiente con la última jornada laboral de la semana, aunque yo bien sabía que el recuerdo de esa primera entrevista con Ariel y mi anhelo por las subsecuentes, me provocaría un insomnio recurrente. A partir de entonces tuvimos varias entrevistas de “negocios”, cada viernes, en que el cansancio eran por completo olvidados al cruzar la entrada de sus oficinas; se convirtió en un ritual privado. Sin trasnoches por encuentros inoportunos, ni penosas labores de fines de semana. Concordadas reuniones que yo anhelaba, sin exceptuar esta quizá última ocasión. Apenas el barco zarpaba, era un viaje sin retorno... Ariel y yo así lo decidimos.
Así entonces llego puntual a la cita, la secretaria de Ariel no demora en hacerme pasar a su oficina. La extraña sonrisa de aquella mujer, que intenta disfrazarse de complicidad, no está libre de morbo, y ello me hace sentir un tanto incómoda. “Maldita bruja –pienso-, eres de ese tipo de personas de doble moral, que se dicen muy libres de prejuicios, pero cuya careta no logra disimular su morbo y su miedo a reconocer que muy en el fondo desearían atreverse a dar vida a sus sueños”.
Quizá por ello mis pasos son más firmes, pues intento demostrarle estoica seguridad a aquella hipócrita; me deleito en silencio al ver su curioso rostro empeñado en ocultar su envidia, su nula satisfacción.
Enfermizos celos de lo que odia, a mí y a mis deseos.
- Dra. Cadet, cuánto gusto en saludarla de nuevo - dice Ariel, mientras me besa distraídamente en la mejilla.
- ¡Creí que... habíamos dejado a un lado el protocolo de negocios! – Carajo, mi ceja arqueada pone en evidencia mi desconcierto.
- Sí... y no. Perdone que deba conducirme de esta manera, pero los asuntos “objetivos” de mi negocio los atiendo primero aquí, en mi oficina; los asuntos “subjetivos” los atiendo en los salones adjuntos, como el que ya conoce desde las entrevistas pasadas.
- Sí... ya conozco aquella vieja pero efectiva política de no mezclar el placer con el negocio y me parece que también la haré mía – si bien me siento herida en un principio por su fría actitud, ahora en verdad me convenzo de la pertinencia y efectividad de tal medida.
- Vamos por buen camino, otra vez – nuevamente esa mirada sexy, por encima del armazón de carey de sus elegantes gafas. Ese juego de señales contradictorias me va a enloquecer....
- Creo que sí.
- ¿Una taza de café? ¿Coca-Cola? ¿Acaso un tequila?
- Agua mineral, por favor.
- Con gusto. Sin embargo, Dra. Cadet, entiendo que en esta ocasión no tenga interés en permanecer más de media hora en mi oficina. ¿Hielo?
- Ajá. Le mentiría si le dijera que no he pensado durante toda la semana en otra cosa que no fuera el hecho de que ésta será mi última visita a la sala adjunta.
- Sí, lo sé, por eso le prometo que no demoraremos más de lo necesario en esta oficina- sirviendo el agua mineral.
Y sin embargo, me obligo a recordar que la expectación conduce a un mayor placer.
En efecto, en poco tiempo hablamos sobre los alcances y limitaciones del producto solicitado, así como los retos científicos y tecnológicos que implicó su fabricación. Ariel olvidó encender la luz neón de su oficina, así que los últimos rayos solares arrancan destellos de plata a los aros que penden de sus orejas, los cuales son iguales a los míos.
- ...y sin duda, el mayor reto de su fabricación no fue su funcionamiento sino lograr la excelencia en la apariencia del modelo que nos solicitó. Si bien nuestros ejemplares de segunda generación son perfectos en el sentido más puro del término, para el prototipo de la tercera generación debimos superarnos a nosotros mismos en cuanto a la calidad de texturas, consistencias, pigmentos... ¡Wow! ¡Estamos a punto de revolucionar nuevamente el mercado! ¿Le comenté ya que sus donaciones resultaron fundamentales para el trabajo del equipo técnico?
- Tres veces, sí... y como veo que ya estamos repitiendo temas en la conversación, perdone que le interrumpa pero ya quisiera sacar mi chequera y terminar con los asuntos “objetivos” de este negocio - digo con impaciencia y hasta con cierta descortesía; sin embargo, Ariel me corresponde con una sonrisa comprensiva, que no hace sino avergonzarme de mi infantil comportamiento.
- Sí, ya veo... entonces pasemos al salón de al lado para tratar los asuntos “subjetivos”, no te hago esperar más
- Pero ¿y la cuestión del dinero, el pago?
- Digamos - se levanta de su escritorio y se acerca a mí con su andar felino - que otra de mis políticas empresariales es que el cliente nos liquida sólo hasta que verifica el producto es de su entera... “satisfacción” – termina, con su boca a escasos centímetros de la mía.
- ¿Tanta seguridad tienes en tus productos?
- Pruébame y verás – añade con una obvia doble intención.
- Bien, ¿la Sala Blanca, entonces?
- No, la Sala Celeste por favor, a tu derecha; ese es el salón en donde evaluó la satisfacción de los clientes.
Me levanto del cómodo sillón, sintiéndome más nerviosa y excitada a cada paso que doy en dirección a la Sala Celeste. Mis expectativas sobre lo que pasará en esa sala sólo compiten con la ansiedad y el deseo acumulados en las últimas semanas, pero además ¿cómo? ¿Por qué es capaz de jugarse varios miles de dólares en un orgasmo? ¿Realmente confía tanto en sus habilidades?
- Te sugiero que lo tomes con calma – dice al tiempo que abre la puerta celeste - En la mesa del fondo encontrarás bebidas un poco más fuertes que el agua mineral; sírvete un trago, por favor. Te prometo que no esperarás mucho, quiero cerciorarme de que todo será perfecto- me despide dándome un suave beso en la mejilla, tras lo cual cierra la puerta y me quedo yo sola en esa habitación.
La Sala Celeste es una habitación con cama adoselada y mullidos cojines incluidos, no como la Sala Blanca, que más bien parece una extraña mezcla de laboratorio y sala de juntas. El ambiente bien recuerda cuál es su finalidad: ante la sola idea de “satisfacción y placer” no puedo sino estremecerme. Me quito el abrigo y a través de la tela toco mis senos, y de pronto me asalta la duda sobre si el vestido gris que elegí para la ocasión fue una decisión acertada.
¿Qué importa el vestido gris, ahora? Pronto yacerá en el suelo…
No tengo tiempo para discernir al respecto: la puerta se abre y Ella entra en la habitación. ¡Carajo, me hubiera tomado ese maldito tequila! Ahora siento que los nervios me traicionan y me pregunto si en verdad estoy dispuesta a continuar en ese viaje en barco sin retorno, como Ariel le llamó semanas atrás.
II.
Entonces se acerca y se coloca detrás de mí, pone sus manos en mi cintura y susurra suavemente en mi oído un “Tranquila, yo solamente estoy aquí para que cumplamos tus fantasías, mis fantasías... todas”. En este preciso momento sé que estoy en lo correcto, su piel y su aroma son perfectos, y toda ella es ni más ni menos lo que me había quitado el sueño desde que acepté que era la única con quien podía experimentar el amor lésbico. Miro su cabello que cae sobre mis hombros y se confunde con el mío, me doy la vuelta y me encuentro con sus ojos castaños... con sus labios, reconozco su sabor. “¿Así que de esto se trata?”. Ya no tengo más dudas, todas ellas han salido volando por la ventana que está sobre la cama, a la que me arrastra lentamente, en este séptimo piso... tan próximo al cielo.
Pero podríamos ir más lejos…
Me sienta en sus piernas. Mis rodillas juntas, apuntan al sur, mi espalda al norte. Su mano izquierda sujeta mi talle y la derecha juguetea con las pulseras que llevo en el tobillo. Delicada, sutilmente, sin levantar mi larga falda más de un centímetro, comienza a acariciar mis pantorrillas, que valga la modestia, son uno de mis orgullos. Sobre la blusa siento su aliento devorando mis pezones…el erotismo de no llevar sujetador, al saber que estaría acompañada, logra maravillas. Hubiera querido ver la expresión de sus ojos, pero tengo cerrados los míos. Olvido el anhelo tras el velo de una espera…
Su mano se detiene a jugar con mis rodillas y mi piel se eriza al sentir sus yemas en camino hacia donde mi deseo se condensa en transparentes gotitas. Su mano llega a mi entrepierna y la descubre húmeda, suelta un hondo suspiro a la vez que posa su boca ahora sobre la mía. Casi sin aliento me indica que me ponga de pie, así lo hago y me recarga bruscamente en la pared. De rodillas ante mí, sus manos ruedan desde mis tobillos hasta mi cintura, para después retirarse llevándose con ellas mi ropa interior; y en la misma posición muerde mis muslos, mis ingles…con sutileza, como su respiración sobre mi pubis, así como la delicada y breve caricia de su lengua. Yo hubiera querido retenerle ahí, pero sujeta mis manos firmemente y ese sutil sometimiento me convence de dejarme hacer.
Me vuelve a sentar en sus rodillas y de nuevo juega con mis piernas. Sube poco a poco sus manos y se ríe al descubrir que yo tiemblo como una hoja.
- Te estremeces como si esta vez fuera tu primera vez
- En varios sentidos, puedo asegurarte que ésta es mi primera vez- le respondo con cierto tinte de ironía que no espero que comprenda.
Sigue acariciando mis piernas hasta que separa mis rodillas y comienza a explorar mis muslos. Ahora también yo siento que su mano tiembla; se aproxima y pone sus dedos sobre mi pubis. Tal es su arte que parece que me conociera de toda la vida. Ya sé lo que viene, lo espero y lo deseo: sus dedos índice y medio acariciarán mi vagina, el pulgar besará mi clítoris. Así es y siento como mis fluidos se escurren por su mano. Sujeta mi talle, mi cuerpo se tensa, la otra mano se agita sobre mi sexo como una mariposa. Una corriente eléctrica recorre mi cuerpo y siento un tirón en el abdomen, su beso voraz calla mi grito y le correspondo con la misma intensidad de los espasmos de mi vientre. Recorro su boca con mi lengua, quiero ir más y más allá de su boca.
Su mano se retira de mi entrepierna, rodea mi cintura y me pregunto cómo pudo hacer todo eso sin que mi vestido dejara de cubrir mis tobillos. Aún estoy temblando, así que nos recostamos en la cama y se coloca junto a mí. La beso con un beso que es tan pleno, que no acabo de besarla. La beso, la beso... y al cabo de mis besos se recuesta sobre mi pecho y también me besa. Besa mi boca, mi cuello, mi rostro, mis senos...
Sus senos... ahora yo quiero tocarla. Apresuro la escapada de mi vestido y veo que sonríe al comprender mis intenciones, ella también se deshace del ligero camisón de lino que ha cubierto su cuerpo, MI cuerpo: desde que entró en la Sala Celeste es más que nunca MI cuerpo. Así, sentadas en la cama, frente a frente, alzo mi mano y con ella toco suavemente sus senos, con la mano libre le invito a jugar a los espejos y acaricia suavemente mis pezones, erguidos, que reclaman tanta atención como los suyos... Con su mano libre acaricia su propio sexo, esa visión me excita sobremanera y sigo su ejemplo. Reclamo su mano para probar sus jugos y al reconocer ese aroma tan mío, TAN NUESTRO, tengo la certeza de que nunca, jamás, podré dejar de hacer el amor de esta manera tan deliciosa como lo hago con ella... aunque eventualmente comparta mi cama con alguien más. Vuelvo a sentir esa descarga de electricidad que nace en mi vientre, me guiña un ojo y sé que es la promesa de una noche larga. Me dejo caer de espaldas en la cama y mientras siento sus manos descubro un extraño objeto en una esquina de la Sala Celeste... es una cámara de TV de circuito cerrado. “¿Así que te gusta ver, Ariel? ¿Acaso guardas la evidencia del grado de satisfacción de tus clientes? Tendrás que enseñarme esa videoteca, entonces”; tal vez tendría que enojarme, pero como soy una cínica a toda ley, decido no decir nada sino hasta la mañana siguiente.
Al cabo de varias horas, y ya con el sol que amenaza con salir por el horizonte, quedamos acostadas en la cama, juntas, muy juntas. Nuestros cabellos caen revueltos sobre mi pecho y su boca ha quedado a escasos centímetros de mi pezón izquierdo, que fue juguete de su lengua hasta que me anunció que su energía se había agotado y debía parar. Y yo, ciertamente, hacía ratito que había perdido la batalla ante la fatiga. Y así, teniéndola entre mis brazos, tengo la certeza de que Ariel, líder de Antropomorphus Inc., se ha ganado cada centavo del cuantioso cheque que le he de entregar en cuanto haya tomado un generoso desayuno. “Satisfacción absoluta”, es mi último pensamiento y duermo con una sonrisa en los labios.
Pero es que contigo puedo compartir mis sueños…
¿Sería precipitado decir que te quiero?
III.
Apenas si escucho el sonido de un teléfono que no es el mío, seguido de la voz de Ariel que atiende una llamada de negocios; abro un ojo y descubro que ya es de mañana, pero me dejo invadir nuevamente por la modorra y me aferro al tibio cuerpo que reposa a mi lado. “Cinco minutos más, mamá”. Recuerdo el cotidiano regateo por unos minutos mas de sueño allá en mi adolescencia, pero la ganancia extra de estos cinco minutos más en la cama tiene cuerpo de mujer.
¡Pero qué diablos! ¡”Cuerpo de mujer”, acabo de decir! Hasta dónde nos puede llevar la costumbre ¿Y qué es lo que está a lado mío, sino un robot? Un bonito ejemplar femenino de este tipo de robots que solemos llamar “de compañía”. A diferencia de los primeros robots fabricados hace décadas para este propósito, los que ahora usamos cotidianamente -la segunda generación- no son solo bellos, sino rigurosamente perfectos... excepto éste, que no siendo perfecto, se antoja peligrosamente humano. He aquí el prototipo de la tercera generación de robots de compañía, que siendo tan humano aparenta dormir mientras se recarga su sistema de energía.
Eres tan linda cuando duermes…
Me siento en la cama y me cubro con la satinada sábana celeste, aparto el cabello de su rostro y acaricio tiernamente sus curvas, con el mismo cariño con el que solemos acariciar a nuestros animales domésticos. “Ahora debo buscarte un nombre...” pero mis cavilaciones se ven interrumpidas por el zumbido de la puerta de la Sala Celeste, cuando ésta se desliza para permitir el paso a quien ha hecho posible esta maravilla.
- Hola Ariel, buenos días – recojo las piernas y con un ademán le invito a sentarse en la cama, junto a nosotras.
- Hola, Creta, no vine antes pues no quise interrumpir tu sueño. Supongo que acabas de despertar...
- ¿Supones...? ¡ja! En realidad, creo que tu sexto sentido no tiene margen de error.
- ¿”Sexto sentido”? – me pregunta con suspicacia.
- Estoy segura de que tus cámaras no-tan-ocultas te mantienen al tanto de todo cuanto sucede en esta habitación - guiño un ojo y dirijo la mirada al rincón de la cámara.
Por un segundo, el andrógino rostro de Ariel se vuelve verdoso y su eterna sonrisa se torna en una mueca de desconcierto, pero rápidamente recupera su nívea naturalidad y con una de sus miradas insolentes se tira a reír de espaldas en la cama.
- ¡Vaya sorpresa! Ja ja, y yo que ayer creí haber confundido un gesto tuyo... ahora confirmo que aun estando en una situación tan íntima tuviste el temple para inspeccionar la habitación.
- ¡Lo aceptas! ¡Vaya cinismo el tuyo, al reconocer que te vales de tu posición para hurgar en el placer ajeno! – agrego con un tono que intenta ser de reproche pero que no logra ocultar que mi vena exhibicionista ha disfrutado la experiencia - ¿Te molesta si mientras tomo una ducha? – ahí va la exhibicionista, otra vez.
- En lo absoluto. ¿Y tú qué pensabas, que sólo dirijo Antropomorphus Inc. por el dinero que me deja? ¡Claro que no! – Ariel se pone de pie y camina por la habitación como evaluando la pertinencia de sus palabras – Del dinero no tengo nada qué decir, por supuesto que me viene bien y lo disfruto, pero mi vocación tiene otras recompensas, por ejemplo, el reto tecnológico, sí... Pero también está la posibilidad de satisfacer mis pulsiones de la manera más segura posible.
- Bueno, desde que sucedió lo de la Gran Epidemia todos buscamos lo mismo, la mayoría lo hacemos con nuestros robots de compañía; su uso es ahora una práctica socialmente aceptada, así como la masturbación...
- Excepto por unos cuantos conservadores, no lo olvides.
- Claro, pero en tu caso ¿para qué el circuito cerrado? ¿qué no te basta con tu harem privado de Barbies y/o de Kens?
- ¿Y para qué querría yo un harem de “Barbies y/o de Kens”, como tú les llamas? Son sólo máquinas.
- Dios mío, eres vouyerista, jajaja. ¿Me acercas la toalla, por favor?
- Aquí está, y toma también esta bata. Simplemente he descubierto que mi afición me satisface en más de un sentido. En un primer momento, veo lo que todos ven en las grabaciones de esta sala: una relación sexual de un ser humano con una máquina, lo cual resulta ya bastante satisfactorio, sí. Pero en un segundo momento deja de importarme el hermoso diseño de los robots y su eficiente desempeño: mi interés rescata la parte humana de la relación.
- ¿Te interesan los humanos, entonces? Por favor, no te lo creo...
- No sus cuerpos, sino sus corazones. No sabes de qué manera me satisface el ser testigo de su creatividad, de sus fantasías ¡Son infinitas las posibilidades, créeme! Pero lo mejor llega cuando mi cliente obtiene exactamente lo que han deseado: el mejor orgasmo de su vida.
- “Satisfacción garantizada”, ¿verdad?
- Sí, eso es lo que yo hago, Creta: vendo ilusiones. Sin embargo, ningún robot, nunca, jamás, será capaz de disfrutar un orgasmo como lo hacemos nosotros. Un robot cerrará los ojos y perderá el aliento, pero jamás sentirá que está a punto de morir y se dejará llevar tan voluntariamente. Pero sobre todo, un robot jamás tendrá la fantasía de que aquello que acaba de sentir es amor –Ariel camina lentamente a la mesa de las bebidas - ¿Tequila?
- No ¡Por favor, a esta hora no! Agua mineral, si eres tan amable. No sé qué decirte, Ariel, sólo que jamás imaginé que tuvieses un motivo de corte humanista.
- La fantasía del amor es un producto, y yo me valgo de la ciencia y la tecnología para ofrecerlo en un mercado. ¡Mi margarita está deliciosa, deberías probarla!
- Y junto a la vocación humanista, se encuentra el interés materialista. Eres una persona muy compleja ¿sabes?
- Los seres humanos somos complejos y contradictorios. Tú eres contradictoria.
- Sí, también lo sé. Y créeme que nunca como ahora se habían contrapuesto tanto mis intereses personales con mi vocación humanista.
- ¿Tus intereses personales? Tus intereses egoístas, narcisistas... llámale a las cosas por su nombre, el tuyo es el placer más insano que he visto – dice tajantemente y termina su tequila de un solo trago.
La envidia corrompe su elegancia.
Sus palabras me han caído como una cubetada de agua fría. Dejo de secar mi cabello y arrojo la toalla sobre la cama; no me importa que me vea enojada, es justamente lo que quiero.
- Si a esas vamos, sírveme un tequila y hablemos claro de una vez. ¡No, no...no me hagas una margarita! Sírvemelo “derecho” y hablemos así también.
- Creta, creo que has ido demasiado lejos con tu egoísmo y sería mejor abortar el proyecto.
- ¿Qué? No, de ninguna manera
- ¿Ya te diste cuenta de que se necesitan dos Creta Cadet para sostener a tu ego hinchado?
- ¿Y con qué cara me vienes a decir egoísta a mí? Tú cumples los sueños de los demás con fines egoístas: por dinero y para satisfacer tu morbo. ¡Al diablo lo de la vocación humanista! Tuvimos mucho tiempo para meditar sobre las consecuencias de llevar a cabo mi propuesta, meses de discusiones, de ensayos, de experimentos. Me parecía que lo tenías claro, no me digas ahora que quieres dar marcha atrás ¡No me digas ahora que la egoísta soy yo, porque fuiste tú quien se perdió por días proyectando las ganancias que TU producto te daría en el mercado!
- Tú también te llevarás una tajada, ahora somos socios.
- Sí, sí... También hablamos de la posibilidad de consolidar tu monopolio y de que yo, antes que nadie, publicaría artículos para la comunidad científica sobre las implicaciones socio-culturales que supone esta innovación tecnológica y blablabla... ambas partes recibiremos beneficios.
- ¡Pero en medio de todo estaba satisfacer tus fantasías narcisistas!
- No, Ariel. Ahora tienes miedo y pides que detenga mi egoísmo, pero me parece que el premio al egoísmo lo ganas tú. Te compartí mis perversas intenciones a fin de hacerlas una realidad. Pero tú, hipócrita, dejaste que creyera que no me juzgabas... y lo hiciste. Más aún, me utilizaste para satisfacer tu “vocación humanista”... sin mi consentimiento. Me colocaste bajo tu lente de estudio y mientras se tratara de mi cuerpo no me importó que me miraras, disfruto el exhibirme ¿sabes? (Y por cierto, espero que tampoco te importe que me vista enfrente de ti) Pero mis sueños, mis fantasías, el secreto de mi corazón... – instintivamente llevo una mano al pecho, siento que algo se me ha roto ahí adentro- Podrás vender el objeto que los torna en realidad, pero nunca me dijiste que te apropiarías de ellos para tu propia satisfacción. No sólo eres hipócrita por juzgarme y una sanguijuela por apropiarte de mis fantasías, sino que eres de ese tipo de personas de doble moral, que se dicen muy libres de prejuicios, pero cuya careta no logra disimular su morbo y su miedo a reconocer que muy en el fondo desearían atreverse a dar vida a sus sueños. Dios mío, eres como tu secretaria...
- ¿Rosita? ¿Qué tiene que ver Rosita conmigo?
- Los dos tienen esa mirada crítica y cobarde a la vez, carajo. Qué bonito es ver a los demás cumpliendo su sueño, mientras yo los juzgo; qué cómodo es que los demás se atrevan, mientras yo no arriesgo nada. Ella lo disfraza con un gesto de malograda complicidad, pero tú lo disfrazas de “vocación humanista”.
He terminado de vestirme. Ariel y yo estamos frente a frente, cada cual a un lado de la cama que ahora ocupa el cuerpo inerte de mi amante cibernética. Ariel se dirige lentamente a la mesa de las bebidas y haciendo a un lado sus refinadas maneras, bebe directamente de la botella de tequila.
- Nunca había pensado que con esto hiciera yo algún daño. Ciertamente he sido egoísta. Lo siento.
- No te preocupes, he terminado por aceptar que las relaciones personales entre humanos son egoístas y plagadas de hipocresía. No es nada personal, es sólo el tiempo que nos ha tocado vivir ¡Todas las relaciones son así! Sin embargo, en algún momento pensé que entre tú y yo podría haber... ¡maldita sea!
- ¿... amistad?
- ....sí.
¿Amistad? No... yo solo pensaba en sinceridad.
Yo estoy exhausta, me desplomo sobre la cama y sujeto mi cabeza con las manos: tengo que decirlo ya o mi conciencia me reventará las tripas...
- Pero en algo tienes razón, Ariel, soy egoísta. Y también narcisista. Por eso Ella está aquí, Ella es el último bastión para protegerme del egoísmo y la hipocresía de los demás. La concebí en mi mente para mitigar mi miedo al desamor. Ella nunca me dejará, ella nunca me hará daño y eso me tranquiliza, aunque sé de sobra que su fidelidad se debe a la Primera Ley de la Robótica.* Soy una cobarde.
- No, Creta. Eres tan egoísta como lo somos todos en este tiempo y si eres narcisista, es por las razones que me acabas de decir; pero no eres cobarde – le descubro de repente, de rodillas, ante mí - cobarde soy yo, pues me dedico a parasitar el secreto de los corazones ajenos en vez de buscar en el mío.
- Dame esa botella de tequila, Ariel.
- Claro. Eh... ¿Sabes, Creta? Yo también pensé, que tal vez entre tú y yo podría funcionar... algún tipo de...
- ¿... amistad?
- ....sí.
- No lo sé, Ariel. Maldita sea… ahora que hago consciente cuánto te he revelado sobre mí, me siento vulnerable. Creo que sólo puedo tener una relación de negocios contigo.
- Sí, por supuesto- se apoya en mis rodillas para ponerse en pie y en cuanto lo hace me da la espalda- Ahora la gente solamente tiene relaciones de negocios con la demás gente.
- Ahora no te pongas de víctima, por favor, tú sabes que así es ahora en este tiempo que nos tocó vivir. Por ello el éxito de los robots de compañía.
- Dime si lo sabré yo. ¿Quieres llevártela a casa de una vez? Ahora tienen que prepararla para el viaje, pero puedo pedir que te la lleven más tarde, por si prefieres descansar esta mañana, o si quieres un par de días para hacerte a la idea de que compartirás tu espacio con ella.
- No, está bien. Me la llevaré ahora mismo. La presencia de ella no me afectará en lo más mínimo. ¿Quién mejor que ella para hacerme compañía?– le sonrío con cierta complicidad.
- Pero esta es la experiencia de Narciso en su forma más radical – responde Ariel con su acostumbrada sonrisa cínica que tanto me cautiva- ¿Cómo la llamarás? ¿Será la Dra. Cadet II? Todos los robots deben llevar un nombre.
- Sí, lo sé. Se llamará Mina.
- Bien, pues cuida a Mina. Dale mantenimiento a su chip cognitivo y recuerda vigilar su sistema de reacciones atenuadas.
- ¿Insinúas que no sé cuidarme?
Por toda respuesta, Ariel me besa en los labios y yo le respondo efusivamente, provocando el asombro de sus empleados que han llegado para empacar a Mina... ¡hace tanto que no se ve en público un beso entre humanos! ¡Dios, somos el colmo de la trasgresión!
Pero al fin sinceridad.
Horas después estoy de nuevo con Mina en la cama, en mi cama, nuestra cama. Acabo de experimentar por segunda vez lo que es hacer el amor conmigo misma. Sí, Mina es mi réplica exacta. Mi cabello rojizo, mis manos, mis piernas, mi aroma, mi boca. Los robots de tercera generación se harán a imagen y semejanza de cualquier persona viva; para ello se utilizarán tejidos orgánicos donados por el humano modelo y un complejo chip cognitivo gracias al cual los robots pueden aprender a reaccionar de manera determinada según la longitud de las ondas cerebrales emitidas por su dueñ@. Es así como Mina sabe que deseo sexo oral con solo pensarlo. Sobre el sistema de reacciones atenuadas... ¡bah! De eso no tengo la menor idea. Pero ¿acaso importa saber todo acerca de la persona a la que amamos? Y no hay nada como una buena dosis de amor propio.
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