El velador sentado ahí, junto a la cama de espaldas a la ventana que da al parque. Y en el parque termina el universo. (Universo, esa palabra, una mentira de terno y corbata). Y en el parque termina el uni-verso. (Así es mejor).
Todo es un ambiente a playa en invierno, es decir, como un chocolate ‘inencontrable’, o una mujer olvidada en la despensa de una casa vacía hace unos años, pero dentro de un cuento de ayer.
Mariana es bella, sin duda, siempre lo va a ser (y hacer). Pero a ella le gusta entrar en todo y desaparecerse y desaparecerlo todo. Lucas no sabe nada, Lucas es un personaje de su personaje, que es Mariana y ella lo ama y él la ama, pero se aman como una playa en invierno, solitarios, un amor aislado de papeles y butacas tras la función, un velador, una ventana y el fin del uni-verso.
Viene Mariana a coger un chocolate del velador y se lo lleva.
Luego Lucas que coge el peine y no lo regresa.
Después otra vez Mariana por otro chocolate que no lo encuentra.
¿Has visto el chocolate Lucas?
Y Lucas regresa el peine para buscar el chocolate.
Las seis de la tarde, ve en el reloj. El tiempo es siempre a las seis de la tarde en todos los cuentos, hasta cuando son las dos y nueve o las siete y catorce. El reloj está sobre el chocolate: las seis de la tarde.
Las seis de la tarde estaba sobre el chocolate de Mariana que no vio Lucas cuando regresó el peine.
¿Lo has visto Lucas?
No lo ha visto, ha visto la hora y ha salido apurado a comprar el vodka para los invitados que llegan a las nueve de la noche.
(¿Cuándo sean las nueve seguirán siendo las seis? De repente. Seguirán siendo las seis; seis y quince talvez, o dieciséis, depende de quién escriba el cuento.)
El vodka y las tostadas, eso ha salido a comprar Lucas, y Mariana se ha quedado obsoleta en la casa prendiendo las luces porque piensa que son las seis, pero en realidad es más tarde porque la noche está grotescamente oscura. Muy baja para ser esa hora que no es.
Enciende: la luz de la sala, luz del comedor, luz de la biblioteca, así todas las luces; y las verdes del jardín y la blanca del baño sobre el espejo.
(Lucas también ha ido por cigarros, pero aún no lo sabe. Recién cruza el parque y no ha llegado a la tienda. Mariana, en cambio, sí sabe.)
Entre tanto, ella ordena los cojines, acomoda los ceniceros en la sala y llena una vasija de cristal con cajitas negras de fósforos.
En la oración anterior: tres jotas; y Mariana prefiere que no haya ninguna porque las jotas son los onces de los casinos, ni el rey ni la reina, sino el príncipe, y a ella no le gustan las cosas tibias, ni el café, ni el agua, ni en el naranja de los cigarrillos. Entonces, como Mariana es la principal tiene que estar contenta en su uni-verso:
Entre tanto, ordena la sala con una gentileza aprendida en dos cuentos anteriores, cuando era la mujer más bella, y habilita cuatro ceniceros y diez cartones negros de fósforos sobre la mesa de madera en el centro de la sala. (Sin jotas, sino con emes. Mariana sonríe.)
Es martes, seis de la tarde.
Domingo, seis de la tarde -dice Mariana frunciendo la frente-.
(A Lucas se le va el tráfico de las calles y se le llena la tienda de gente comprando, niños cargados en hombros, hombres con listas: pan, café, azúcar, galletas dulces, te quiero, no te olvides de esto y de lo otro y de la torta que debe ser de fresa y de las revistas. Algunas letras no se entienden: liezta del diardo, trone, frigie, destrope y tránfulas suaves, te amo. Lucas también busca una lista: vodka, tostadas y cigarrillos.)
¿Pero no era martes?
¡Domingo! Mira Mariana en el reloj: seis de la tarde, sobre el velador junto a la cama y encuentra el chocolate y se lo come.
Lucas llegó, entró sin llaves a la casa, ni siquiera sabe cómo entró. Ya besó a Mariana. Ya estiró los naipes sobre la mesa de madera de la sala. Ya abrió el vodka. Pero ni siquiera sabe cómo, tampoco sabe porqué su aliento es a tres cigarros. Lucas no entendía, pensaba: mi aliento, mis llaves, los naipes, la lista: vodka, tostadas, cigarrillos. Pensaba: domingo o martes, tráfico, tránfulas suaves, hombres, niños cargados. Pensaba: ¿Mariana?
Subió a su habitación. Prendió alguna luz, todas estaban apagadas en la casa, que siempre estuvo vacía, sin: ¿Mariana?. Y se lanzó a la cama, que no tenía veladores a ningún lado, a dormir un poco hasta las seis de la tarde. En el cuento ya son las seis y dieciséis pero él todavía no sabe, tampoco sabe que estaba soñando dentro del sueño de Mariana, que todavía no ha muerto, sino hasta las siete y dos.
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