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“Ahora sé que la intimidad no existe. Siempre alguien tiene los ojos cerrados”
Roberto Bolaño

1.

Nunca una despedida fue tan corta. Amarrada al borde de una cama supe por fin que todo había terminado. Pero no podía moverme. O pensar.

Prendió un cigarrillo en la oscuridad. El último reflejo de su rostro. El amanecer ya tomaba forma, colándose por entre las cortinas azules, nebulosas. Aspiró, no dijo nada. No me dijo nada.

Soltando el humo se repitió las voces inexorables del fin. Entretanto, yo esperaba el veredicto, la sentencia de primer día. Recordé a Benedetti. Se lo dije. Lo sentí sonreír en la oscuridad. Ya no quedaba nada. Nuestro amor fue desde siempre como un niño muerto, le repetí. No dijo nada. Me hubiera gustado gritarlo, pero las palabras me aparecieron como susurros.

Ya nada podía quebrar el vacío. Nunca fuimos dos. No alcanzamos a ser. Moviéndonos en la oscuridad de una habitación, en la oscuridad del mundo, nos dejamos pasar con los ojos cerrados. No supimos sumar las soledades, nada.

2.

Nunca una despedida fue tan corta. Lo sentí erguirse en la oscuridad. Lo sentí en el principio del olvido, sin palabras para resumir, para compendiar, para justificar. En el destierro de esa habitación azul, alargue mi brazo para tocar el suyo, tratando de construir una última trinchera en la guerra de la nada. No lo encontré, no pude sentir su piel traslúcida, su olor a jabón.

Lo seguí a la penumbra de la sala. Como un espejo, vi su rostro, mi propio rostro, nuestras pieles yermas, sus lágrimas insonoras. Las mías.

Decidí que era hora de marcharme. De poner fin al amor que no había empezado, que dolía como si nos separaran siglos de espera.

Junto al umbral de la salida, quise voltear la cabeza, observarlo por última vez, temiendo convertirme en estatua salada. Y sin embargo, quería un último recuerdo. Como un auto sacramental, como si nuestra solemnidad fuese un fragmento teatral, trágico, absoluto.

Y él posó como me imagino lo haría para una foto. Un retrato de cómo quisiera ser recordado en mi espera. Lleno de señales de olvido. Pródigo de presagios de amor dominical.

Se mantuvo silencioso. Yo cerré la puerta.

Texto agregado el 05-07-2005, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


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