Bajo las oscilaciones de tu piel, desdibujo las fronteras, que me atan a tu alma. Y los vientos se insertan en un remolino de tu aliento, que estalla al límite de la felicidad; para esfumarte en la mirada de los soles, que acarician mi semblante. Como un espejo cóncavo a mi piel, lates en el bosquejo de mi cuello; que desata el recorrido de los dedos. Y la ceniza de tu lava se apodera de mis venas, agudizando el tenor de su delicia; dentro y fuera de mi reino, saciado por tus lenguas. Gimes; alcanzas el temblor jadeante de mis pechos; como una suma de epitelios, que se electriza con los sueños. Y suelto el absoluto de mi vientre, en el alivio de tus manos; para extender mis labios, por encima de este hechizo; para ser tuya y no, en el laberinto furioso de las sombras. Mío; eterno; ascendiendo a los dioses que te habitan, detrás del universo de tu rostro; erecto; suave; como un murmullo que se desgrana, en las praderas de mi ser.

Ana Cecilia.