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Ni su peor enemigo pudo jamás dejar de reconocer que Juan Facundo fue un caudillo valiente. Por su bravura y coraje lo apodaron “El Tigre de los Llanos”. Su presencia imponía respeto y temor. Dicen que la tierra temblaba cuando gritaba:
-¡VIVA LA SANTA FEDERACIÓN Y MUERAN LOS SALVAJES UNITARIOS!
Su personalidad contrastaba….En la intimidad que ofrecía su pieza y a solas con Ramonita se transformaba en un adolescente locamente enamorado. Ella tenía muchos años menos que él, pero con sólo una mirada conseguía que desapareciera de su rostro el gesto rudo y agrio para convertirse en un tierno y amoroso amante. Con dulzura le decía a menudo: Muñequita mía, te quiero más que a mi vida……Siempre presto para complacerla en todo…Quedaba atrás el hombre bruto y feroz que ante cualquier enemigo desenvainaba el puñal y lo hundía en el corazón sin titubeos y sin remordimientos-
Una mañana cálida de febrero se despertó Ramonita en sus brazos, la apretaba fuertemente y besaba como si fuera la última vez; mientras lloraba como un niñote dijo:
-Tengo que ir a entrevistarme con el “Restaurador”.
No pudo disimular su gran preocupación. Esa noche no logró conciliar el sueño. Pensamientos negros y malos presentimientos lo invadían. Ella no pronunció palabra, un nudo se le hizo en la garganta, el corazón latía muy fuerte….En eso se oyó el relincho de un caballo. Ramonita pegó un salto del catre y dirigiéndose a la ventana vio la galera lista para partir y a cierta distancia divisó un grupo de soldados armados hasta los dientes. Ramonita se sintió morir… Retrocedió hasta ponerse al lado de su hombre que se mantenía en pie….se colgó de su cuello y sollozando le rogó que volviese pronto. Le tomó la callosa mano y la puso sobre su vientre como haciéndole recordar que ahí había una vida que lo iba a necesitar mucho.
En el rancho vecino comenzó a llorar a gritos la Rosario Zapata, madre de Josecito, un niño de trece años, que después de muchos ruegos logró convercer al “Tigre” que le permitiera ir con él.
La pesada galera emprendió el largo trayecto que separaba La Rioja de Buenos Aires.
Los rostros estaban sudorosos y las melenas sucias por los caminos polvorientos y calientes a causa del sol que envíaba sus rayos perpendicularmente. Tuvieron que hacer un alto para que descansaran los animales…estaban extenuados. La comitiva aprovechó para comer algo….De repente un grito rompió el silencio:
¡FEDERACIÓN O MUERTE!
Significó que había que proseguir y así lo hicieron. El “Tigre” continuaba cabizbajo, quizá pensando en su Ramonita que estaba encinta y que tal vez nunca más la vería; o en la misión que lo llevaba a reunirse con Juan Manuel; o las dos cosas…
Lo cierto es que llegando a Córdoba, en una curva que hacía el camino, lo esperaban los emboscados.
No quedó ni uno vivo en la galera, fueron salvajemente ultimados. No tuvieron piedad de Josecito que les rogó que no lo mataran. Lo colgaron de un árbol.
Un lugareño contó que por mucho tiempo tuvo en sus oídos los ayes tristísimos del niño.
A Ramonita le llegó la noticia como tres meses después. Los ojos los tenía secos de tanto llorar. Pasó el verano y el otoño de 1835. En agosto naciò un hermoso varón que llevò el nombre de su padre. Fue críado celosamente por su madre que le inculcó el amor al prójimo y a la patria y por sobre todas las cosas el amor a Dios.
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Texto agregado el 04-07-2005, y leído por 141
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