Con el fuego eterno de antiguos ancestros me crearon. Algunos dirían que con las llamas mismas del infierno se creo mi cuerpo, cuerpo de imperfección divina, desapercibido al ojo, más no al deseo. Cuerpo de sueños lujuriosos encarna mi dolor de pesadilla, dolor de sed intensa en busca de agua eterna. Ilusorios oasis se extienden ante mi mirar, humanos que ofrecen manantiales de aguas frescas, cristalinas promesas que se esfuman al tocarles,
al paso de mis manos se desatan sus incendios, pasiones que arrebatan y destruyen, amor que se extingue entre brazos apurados, caricias lentas, estocadas que intentan penetrar mi carne y mi ser.
Nací para ser deseada, adorada, acariciada, lamida, penetrada, doblada, estirada, odiada, celada, perseguida y jamás alcanzada. Obsesión constante de la piel. He cumplido mi destino tal y como fue forjado, he viciado los sueños del hombre, los he doblegado a mi capricho, mantenido en vela e incluso llevado a la locura. Pero nadie me preparó para esta sed. Me ahoga. Busco agua y sólo encuentro cenizas que se acumulan en mi garganta para ahogarme. Yo misma sólo escupo cenizas que ellos inocentemente creen polvo de estrellas, y que no es otra cosa que mi propia desgracia, mi vacío.
Estoy muerta. La venda de la vida cayó de mis ojos una noche iluminada por la luna llena. Entré a sus sueños, le creí uno de tantos, una satisfacción más para mí, un simple hombre. Sueño nocturno, húmedo, no más. Fogosidad, lujuria, tentación, pecados por mí conocidos y creados, por otros gozados, así, sin remordimientos, meros sueños. Creí ver una leve palidez en la faz de la luna cuando le escuché. Me dio un nombre y un cuerpo que no eran el mío: comenzó a amarme, sí, a amarme, con dulzura, con ternura, susurrando frases entrecortadas, deslizando caricias inauditas en una piel que no pensé tener jamás. Esa noche, las lágrimas rodaron por mi rostro y la sed comenzó.
Estoy condenada. Le deseo, le adoro, acaricio una y otra vez ese momento, lamo lentamente las palabras surgidas de sus labios. Quiero penetrar sus sueños, doblar, estirar el tiempo. Le odio y celo, le persigo y no le encuentro. La sed me atormenta. Sigo llenando mi boca, mi sexo, mi piel con la ceniza de otros hombres, mientras cada noche vengo a llorar frente a un mar que me llama con un nombre que ahora sé, es mío, dolorosamente mío...
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