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EL CLIENTE.

Todos tenían una apuesta pendiente, frente a lo que hacía el cliente de la 1004 los jueves en la tarde. En esta casa de citas donde siempre existía el bullicio entrecortado y los rechines sin ajustar, los jueves entrada la tarde aparecía el mismo sujeto pidiendo exclusivamente la habitación 1004; pagaba el precio, y al cabo de dos horas y cuarto salía hasta el siguiente jueves.

Las teorías eran variadas en el interior de los empleados del lugar. Algunos pensaban que era uno de esos poetas nueva era que buscan inspiración en los movimientos de otros; Los celadores pensaban que sin más el tipo era uno de esos enfermos que les encantaba poner su oreja en las paredes contiguas o algo así; Las limpia sabanas más osadas pensaban que o era un inspector de salubridad o un hombre educado en la milicia o en un colegio parroquial porque siempre dejaba tendida la cama.

Esa semana uno de los empleados pensó que ya estaba demás y propuso a todos hacer un pequeño circuito cerrado de TV donde se viera la habitación 1004. Con toda la complicidad, abrieron un hueco y metieron una cámara cubierta al fin con un vidrio translucido.

La polla sobre lo que hacia el extraño cliente subió hasta la exorbitante cifra de 2 millones de pesos (nótese lo productivo de estos sitios). El viernes en la mañana los 12 empleados cerraron la casa de citas para ver las imágenes por diferido.

El hombre comienza sentado en la cama y poco a poco se empieza a quitar la ropa, con el silbido ganador de los celadores. Cuando se encuentra completamente desnudo, el cliente saca algo de su cartera tal vez un papel y abordó el silencio escribiendo algo. Allí las limpia sabanas sonríen sardónicamente por una victoria que creen fácil. El hombre se recuesta en la cama toma la nota recién escrita y luego toma de tomar una foto de su bolsillo, llora en gemidos entrecortados murmurando: te fuiste y no pude leerte esto, te fuiste y no pude susurrártelo, nunca llegaste a esta cita nunca, te fuiste, moriste. Al final de tal hecho los empleados ven que el hombre se viste y con el mismo decoro con que entró en la habitación sale de ella.

Los empleados no salen de su estupor y con un gran sentido común, deciden declarar desierto la polla y dividirla en partes iguales.

Todos tenían una apuesta olvidada, frente a lo que hacía el cliente de la 1004 cuando llegaba; casi no levantaban la mirada al verlo pagar el precio y entrar a la habitación y salir de allí. Aquel hombre compartía sin saberlo su tortura los jueves en la tarde

Texto agregado el 04-07-2005, y leído por 303 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
18-01-2007 Algo en este cuento no me gustó. Más allá de la manera de contar o el "humor" que intenta entre misterios y tristeza, demostrar... Algo, extraño, me dice que no es bueno. afrodita1a
10-11-2005 Tal vez esa cita solo se aplazo... Me gusto! Mersegert
05-09-2005 fuerte pero bueno saludos desde la distancia MATEOXX
 
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